Estamos inmersos en las fiestas de Navidad. Es obvio que cada uno tiene su concepto personal acerca de lo que representan estas fechas. Es evidente que habrá detractores de la Navidad por el agobio que les supone tanto festejo; en cambio como contraposición estarán los partidarios que vivirán estas fiestas navideñas con mucha alegría. Supongo que tanto los unos como los otros tendrán su acertada parte de razón ya que cada uno siente y vive la navidad según sus convicciones. Pero yo ahora no quiero entrar a juzgar cualquier concepto a favor o en contra de estas fechas tan significativa, sobre todo para la religión cristiana, porque que el objetivo de escribir ahora este texto quiero enfocarlo desde otro punto de vista bien distinto como son aquellos distantes recuerdos que guardo de la Navidad durante mi época infantil, la cual pasé en Mozos de Cea. No se vosotros que pensamiento tendréis al respecto, pero yo personalmente pienso que la verdadera esencia y el espíritu de la Navidad se sienten y se viven en su mayor plenitud y naturalidad durante la niñez. Una vez que pasas esa etapa de la vida, creo que se va esfumado tanto su esencia como su espíritu por razones obvias, que supongo todos conoceréis. Pero lo importante es que siempre nos quede dentro de nosotros, como algo intrínseco, parte de ese espiritu navideño de nuestra niñez.
Y ahora vayamos al quid de la cuestión que nos es otro que contaros algún recuerdo que tengo de mi época infantil, la cual transcurrió íntegramente en Mozos de Cea. Tampoco quiero excederme mucho para no resultar cansino. Estoy seguro que más de uno pasará olímpicamente de leer la totalidad del párrafo si la extensión del mismo acaba por aburrirle. La verdad es que por aquellos años de la Navidad de mi niñez vivida en Mozos de Cea no es que acontecieran hechos espectaculares a los que ahora poder resaltar. Recuerdo que solía nevar habitualmente todos los años por la época navideña. Y el paisaje navideño nevado resulta muy sugerente, ¿verdad? Estoy hablando de los años que transcurrieron entre mediados de la década de los 60 y principios de los 70 del siglo pasado, claro está (¡Ostras, qué mayor ya es uno!) Que yo recuerde , y creo no equivocarme, únicamente se ponía un nacimiento en el pueblo: Era el que colocábamos en la escuela, con aquellas figuras del Belén de tamaño muy reducido. Los niños solíamos ir a por el musgo donde estuvieron los olmos, o negrillos, de Juanito. Allí, en la popular olmeda, hoy ya desaparecida por haberse secado todos sus frondosos olmos. Y es que la terrible enfermedad de la grafiosis ha exterminado casi por completo a todos los olmos a nivel planetario. Me acuerdo del papel de plata y el cristal con que construíamos el río y el paisaje nevado el cual lo formábamos espolvoreando la leche en polvo que tomábamos gratuitamente a diario en la escuela. El árbol de Navidad que seguramente hoy día en muchos hogares del pueblo esté presente con sus típicos adornos, por aquellos años únicamente Erasmina Barreales lo ponía todos los años con la decoración navideña que aquella señora personalmente confeccionaba. Me acuerdo que todos los años unos de sus adornos decorativos eran las barras del dulce de membrillo que ella misma tradicionalmente elaboraba. Y allí año tras año íbamos todos los niños y niñas a su casa, que amable nos dejaba entrar para que contempláramos extasiados su árbol. Luego ya cuando fueron pasando los años, en otros hogares del pueblo fueron colocando el árbol de Navidad. A todos nos apuntábamos para ir a hacerle nuestra particular visita y a valorarlo estéticamente. Cuando estábamos dentro de la casa esa evaluación era más bien de forma visual, luego al salir hacíamos comparaciones de todos los árboles navideños vistos y comenzábamos ya de palabra a opinar y valorar su estética, hasta elegir a criterio personal cual nos parecía el más bonito. Otra diversión más que teníamos por entonces. Sin más.
Esta claro que la Navidad por entonces, y por ahora, está vinculada casi en su totalidad con la iglesia y con el dogma cristiano. Obviamente todos conocéis los motivos, por tanto huelga cualquier comentario al respecto. Eran varios los actos religiosos relacionados con la Navidad que se desarrollaban en la iglesia, como por ejemplo la adoración del niño que coincidía con la fiesta de Reyes. Todos iban, o íbamos, a besar a una figura en forma de niño Jesús dentro de una cuna que portaba el sacerdote junto al altar mayor y que de vez en cuando pasaba un trapo por toda la figura. Supongo que para limpiar algún residuo labial que iba quedando en cada beso. También ponía una bandeja para que el "besad@r" de turno echara una moneda. Vamos que nada de "besos gratis". Como es típico por estas fechas, también por entonces, se cantaban villancicos- los de costumbre- Días antes de las vacaciones escolaresde Navidad los cantábamos frente al Belén en la escuela; luego ya en el portal de la iglesia. Antes de cada acto religioso los niños y niñas esperábamos a que empezara ese acto todos sentados en el portal de la iglesia en unos bancos que allí estaban. Las niñas a un lado y los niños a otros. Nos sentábamos uno tras otro siguiendo el orden de edad. El cura presente estaba siempre con sus habituales paseos hacia adelante y hacia atrás a lo largo del portal. A su vez mientras paseaba, nos iba contando su particular rollo con temática religiosa y siempre estaba a la expectativa por si alguien no se comportaba como él ordenaba para aplicarle su particular correctivo. No se si alguno de aquellos niños o niñas que coincidieron conmigo por aquella época se libró de alguno de sus temidos castigos. Como ya he comentado, era en aquellos momento de estancia en el portal de la iglesia cuando entonábamos los villancicos.
A la salida de misa de año nuevo, era costumbre que al sacerdote, D. Bernardo Pérez Gil, cuatro mozos se lo llevaran a hombros desde la iglesia hasta la puerta de su casa sentado en un sillón. Creo que el mismo día, a la mañana, todos los niños y niñas alegres y ansiosos íbamos a la casa del cura para que éste nos regalase, digamos que como aguinaldo, una naranja y un puñado de piñones. Todo un tesoro para nosotros resultaban aquellos piñones. Que gran utilidad les dábamos. Obviamente después de comernos parte del puñado, el resto lo guardábamos para jugar al "juego de los piñones". Marcábamos un cuadro en cualquier lugar de la calle del pueblo, de tierra por supuesto, allí metíamos un par de piñones cada niño que se apuntaba a jugar, y a tratar de sacar el máximo número de piñones siguiendo las reglas que desde muchos años atrás habían establecido para este juego. Para sacar los piñones del cuadro se utilizaba un tipo de moneda antiquísima que en su momento estuvieron vigentes: el ochavo y el real grande. Con el ochavo tenías más posibilidades de llevarte el mayor número de piñones. Pero los ochavos escaseaban. Como es obvio los piñones acababan muy gastados y descoloridos de tanto rodar por el suelo. Por la época otoñal, los fréjoles servían para el mismo juego y con idénticas reglas que los piñones, ya que éstos últimos progresivamente habían desaparecido hasta que con el nuevo agüinado del siguiente año volvía a ponerse en circulación su tradicional juego.
Ya que estoy hablando de que el cura nos regalaba a los niños ese aguinaldo, aprovecharé para deciros también, aunque no guarde relación alguna con la Navidad, que a primeros de noviembre, D. Bernardo Pérez Gil, sacerdote que oficiaba los actos religiosos en el en el pueblo, nos regalaba a cada niño el tradicional "picacho". Seguro que más de uno se preguntará que es eso del picacho. Os lo aclararé. Se trataba de un pedazo de pan grande, el cual correspondía a una de las hogazas que las mujeres habían llevado a la iglesia como ofrenda. Supongo que como ofrenda por celebrase la festividad de todo los santos o los difuntos . Hay que reseñar que unas mujeres llevaban hogazas y otras una lata de trigo con una vela dentro que encendía durante el acto religioso. La vela se la llevaban luego para casa, y la lata vacía claro. El trigo como es lógico se lo quedaba el cura para que sirviera de alimento al ganado avícola que tenía en su corral. Como el cura ni sembraba, ni recogía cosecha, imagino que aquel trigo le venía de perlas, digo yo. Como eran muchas las hogazas que recogía prefería que, antes de quedarse duro el pan y no poder comérselo, trocear las hogazas y regalar un pedazo a cada niño. La mar de felices y contentos salíamos de la casa del cura con aquel picacho que a cada niño obsequiaba. Oye que hambre, hambre...pues no es que pasáramos por entonces, pero satisfacer la necesidades alimenticias las justas. Algunos podían satisfacerlas mejor que otros, sin duda. Pero por regla general, lo dicho: justitas.
A la salida de misa de año nuevo, era costumbre que al sacerdote, D. Bernardo Pérez Gil, cuatro mozos se lo llevaran a hombros desde la iglesia hasta la puerta de su casa sentado en un sillón. Creo que el mismo día, a la mañana, todos los niños y niñas alegres y ansiosos íbamos a la casa del cura para que éste nos regalase, digamos que como aguinaldo, una naranja y un puñado de piñones. Todo un tesoro para nosotros resultaban aquellos piñones. Que gran utilidad les dábamos. Obviamente después de comernos parte del puñado, el resto lo guardábamos para jugar al "juego de los piñones". Marcábamos un cuadro en cualquier lugar de la calle del pueblo, de tierra por supuesto, allí metíamos un par de piñones cada niño que se apuntaba a jugar, y a tratar de sacar el máximo número de piñones siguiendo las reglas que desde muchos años atrás habían establecido para este juego. Para sacar los piñones del cuadro se utilizaba un tipo de moneda antiquísima que en su momento estuvieron vigentes: el ochavo y el real grande. Con el ochavo tenías más posibilidades de llevarte el mayor número de piñones. Pero los ochavos escaseaban. Como es obvio los piñones acababan muy gastados y descoloridos de tanto rodar por el suelo. Por la época otoñal, los fréjoles servían para el mismo juego y con idénticas reglas que los piñones, ya que éstos últimos progresivamente habían desaparecido hasta que con el nuevo agüinado del siguiente año volvía a ponerse en circulación su tradicional juego.
Ya que estoy hablando de que el cura nos regalaba a los niños ese aguinaldo, aprovecharé para deciros también, aunque no guarde relación alguna con la Navidad, que a primeros de noviembre, D. Bernardo Pérez Gil, sacerdote que oficiaba los actos religiosos en el en el pueblo, nos regalaba a cada niño el tradicional "picacho". Seguro que más de uno se preguntará que es eso del picacho. Os lo aclararé. Se trataba de un pedazo de pan grande, el cual correspondía a una de las hogazas que las mujeres habían llevado a la iglesia como ofrenda. Supongo que como ofrenda por celebrase la festividad de todo los santos o los difuntos . Hay que reseñar que unas mujeres llevaban hogazas y otras una lata de trigo con una vela dentro que encendía durante el acto religioso. La vela se la llevaban luego para casa, y la lata vacía claro. El trigo como es lógico se lo quedaba el cura para que sirviera de alimento al ganado avícola que tenía en su corral. Como el cura ni sembraba, ni recogía cosecha, imagino que aquel trigo le venía de perlas, digo yo. Como eran muchas las hogazas que recogía prefería que, antes de quedarse duro el pan y no poder comérselo, trocear las hogazas y regalar un pedazo a cada niño. La mar de felices y contentos salíamos de la casa del cura con aquel picacho que a cada niño obsequiaba. Oye que hambre, hambre...pues no es que pasáramos por entonces, pero satisfacer la necesidades alimenticias las justas. Algunos podían satisfacerlas mejor que otros, sin duda. Pero por regla general, lo dicho: justitas.
(En esta fotografía están algunos de los niños y niñas que participaron en el juego de los piñones o se comieron su picacho)
Mira que dije al principio que no me iba a exceder para no aburrir al personal lector, y me esto dando cuenta que no he cumplido con lo dicho, y aún quedan "los santos inocentes" para hacer alguna referencia sobre este día tan peculiar. Tampoco es que se hicieran, o hiciera yo personalmente, alguna inocentada que pudiera originar mosqueo seriamente al afectado. Bueno, confieso que una sí que hice y la cual cabreó bastante a la afectada (ya ha muerto esta persona) Y es que meter dentro de una caja de zapatillas, excrementos secos, popularmente denominados cagajones, de los dos mulos, o machos, que había en mi cuadra, y hacer un envoltorio tal como si se tratase de un paquete enviado por correos, poniendo la dirección del destinatario, sin remite claro está, y por encima de la tapia tirárselo al corral como si el mismísimo cartero lo había depositado allí, pues la verdad, ahora que lo pienso, sí que es para cabrearte con razón. Días después una persona, omito su nombre, me comentó que la receptora del paquete montó en cólera y culpó a otras personas de esa, pongamos que "broma escatológica", y vamos que soltó por su boca una cantidad de maldiciones e insultos contra esas personas a las que culpabilizó equivocadamente de enviárselo por correo. Y yo al oírlo por entonces, ¿Qué queréis que os diga?, pues "descojonándome por lo bajini" sabiendo que el objetivo cumplió con creces su cometido. Pero por lo general eran inocentadas ingenuas las que se hacían, que más que con fines de chanza eran con la finalidad de sacarle un beneficioso provecho. Creo que por entonces por falta de medios para cubrir las necesidades básicas se ponía en marcha con facilidad la picaresca en tal fecha, y si terciaba en otras fechas también. Basta un ejemplo. Ibas a alguna casa. Llamabas cuando saliera una persona, que preferías fuera la señora de la casa, (si era el señor, -¡cuidadito!-) le decías: .- Me ha dicho mi madre que me dieras media docena de huevos. (por ejemplo) Si la mujer no se había dado cuenta que era el día de los inocentes, solía darte esa media docena de huevos sin preguntar. Una vez que tenías en tu poder simplemente le decías: - ¡los santos inocentes se lo pagarán!. Aquella mujer estoy seguro que la pobre se quedaba con cara sorprendida y a su vez de mala leche por esa inocentada que la habían colado. Vamos que acababa de entregar media docena de huevos a un pícaro y sabía que no se los iba a devolver. Esta picaresca también trataban alguna vez de llevarla a cabo con los arrieros, Narciso y Revilla que con sus carros y mulos iban a vender todo tipo de ultramarinos por entonces en Mozos de Cea, pero no creo que a estos dos les colaran alguna vez este tipo de engaño. Pienso que cuando alguien iba con la "inocente" intención de aprovecharse ellos estaban ya de vuelta. Como para dársela con inocentadas a estos dos arrieros, con los kilómetros de camino que tenían recorrido y horas de "pelea comercial", puerta a puerta, que tenían a diario con las mujeres.
Que no me enrollo más. Algo queda de Reyes y de nochevieja que contaros, pero no creo que tenga mucha relevancia. Y es que los reyes es obvio que generalmente nos traían cosas acorde a los recursos económicos que contaba las familias de cada hogar del pueblo . Y la verdad que la tendencia de esos recursos era más bien a la baja. Cuando había suficiente poder adquisitivo para estos menesteres, siempre que alguno de los padres tuviera la oportunidad de bajar a comprar a Sahagún, o pudiera hacer la compra a esos dos arrieros citados, era costumbre que nos regalaran algún objeto que sirviera para la escuela: goma de borrar, lápiz, cuaderno, pinturas, etc. También las típicas zapatillas que casi la totalidad de los niños calzábamos por aquella época, su marca era "La Cadena", color habitual azul, tenía una tira para atarlas al pie abrochadas con un botón. También de vez en cuando a algún niño le regalaban aquellas pelotas de goma de marca "Gorila" y que eran duras de leches. Cuando se jugaba a pelota a mano, normalmente en una pared de la derruida escuela, te hacía mogollón de daño en la mano. El primer balón de goma que recuerdo trajeron a un niño por estas fechas, y por consiguiente el único del pueblo por entonces para jugar con él, fue a Julián (Morenin). Cuando la economía familiar tocaba bastante fondo y no había medio alguno para regalos de Reyes en condiciones, hablo de mi casa, mis padres improvisaban regalos caseros para que al despertarnos, siempre madrugábamos para la ocasión, no nos lleváramos la desilusión de no encontrar nada dentro de la zapatilla, la cual poníamos junto a la ventana para que dentro de ella nos dejaran algo los Reyes. Los regalos caseros consistían en: una perrona, (moneda antigua de 10 céntimos de peseta) un trozo de chorizo, una naranja, algún caramelo...Simplemente con ver aquellos regalos dentro de la zapatilla, o junto a ella, aunque resultará algo tan humildes, para nosotros bastaba ya que nos producía una gran ilusión verlos junto a la zapatilla, o dentro de ella, porque nos imaginábamos que por la noche los Reyes Magos habían pasado por nuestra casa mientras dormíamos. ¿Y de la Nochevieja que puedo deciros? No recuerdo gran cosa de mi niñez asociada a ella. Mis recuerdos están mas relacionados con la Nochevieja que disfrutaba mi hermano mayor, Talín, en compañía de los otros mozos del pueblo en la cantina de Hortensio. Allí se pasaban esa especial noche cantando y bebiendo los licores de turno. En cierta ocasión hicieron una especie de concurso que consistía que, entre trago y trago, cada mozo tenía que cantar un trozo de una canción, quien por cualquier circunstancia no lo entonara debería pagar la botella que estaban bebiendo. Imagino, que a pesar de lo ebrios que se supone estaban por tanto trago, intentarían afinar la garganta lo más posible cada uno, y si no se sabían el trozo de una canción, seguro que lo improvisaban con tal de no pasar por caja. Lo que sí recuerdo es algo que cantábamos mis hermanos y yo por Nochevieja, no se si alguien más cantaría lo mismo. Decía esto:
Sean felices lo que queda de fiestas. Y salud que no falte en el 2015
"Esta noche es noche vieja,
noche de cascar piñones
ha parido la estanquera
un celemín de ratones."
(Se cantaba a ritmo musical como el típico villancico "Esta noche es noche buena/ y mañana Navidad...")
Sean felices lo que queda de fiestas. Y salud que no falte en el 2015
Saludos a todas y a todos.