De nuevo volvemos a hacer acto de presencia en este espacio al que me tomo la licencia de nombrar como "Templo de la memoria", no porque sea un lugar de oración, más bien porque quienes frecuentamos este espacio somos un tanto devotos del recuerdo. Y una vez que queda dicha esta protocolaria presentación, vayamos al quid de la cuestión, que no es otro que hablaros de uno de los parajes de Mozos de Cea al que personalmente considero como de los más emblemáticos que hay en el pueblo. Me estoy refiriendo a Villeza. Es obvio que este paraje en la actualidad a muchos lectores del foro no les sugiera gran cosa. Quizá esto se deba a que no conocieron lo transcendente que llegó a resultar hace ya mucho tiempo, concretamente cuando los vecinos del pueblo le dieron gran utilidad a toda esa abundante agua que en este lugar mana. Pienso que es normal que hoy en día Villeza nada tenga de emblemático al comprobar en que estado de dejadez y abandono se encuentran sus espacios acuáticos: charcas, poza y manantial. La abundante maleza y los juncos que allí han crecido con tantísima fuerza prácticamente se han apoderado de todos esos espacios que apenas se puede observar el agua. Desde luego que en la poza y el manantial no. Si a esto se añade que por causas naturales y también por la acción del hombre en otros casos, ha desaparecido casi por completo toda la arboleda que allí se encontraba, (el popular sauco con que los niños construíamos con alegría nuestras divertidas chagüazas lamentablemente parece haberse extinguido). También el que los juncos han cubierto casi en su totalidad el amplio prado que alrededor de la charca se encuentra, eso hace que su entorno natural tenga una visión deprimente si lo comparamos con el de aquellos lejanos años donde cada día a este lugar acudían varias personas del pueblo a desempeñar sus tareas cotidianas relacionadas con las labores hortícolas y con el lavado de la ropa.
( En esta fotografía sacada a mediados de la década de los ochenta se puede observar con toda nitidez el agua de la charca de Villeza, desprovista de toda esa maleza que en la actualidad parece haberse apoderado de ella. Su entorno natural, aunque seco por encontrarse en la temporada estival, se puede apreciar que está bastante presentable)
Supongo que la mayoría de vosotros conoceréis sobradamente, el que las pequeñas fincas que cada vecino del pueblo tiene en propiedad en este paraje se las nombra como linar. Desde que yo tengo uso de razón casi la totalidad de esas linares fueron destinadas al cultivo de hortalizas por estar situadas en una zona donde mana abundante agua. Recuerdo que por aquellos remotos años que corresponden a mi niñez, lo normal era que los vecinos plantaran en aquel terreno de regadío mayormente patatas, fréjoles y cebollas para poder abastecerse durante todo el año de estos productos. Otra hortaliza que nunca faltaba, por imperiosa necesidad, era la berza. Además de servir para acompañar al cocido de garbanzos que como ya he comentado en otras ocasiones, a diario se comía al mediodía en prácticamente todos los hogares, era también de grandísima utilidad para alimentar a la gran variedad de animales que en cada casa del pueblo había para cumplir con el cometido que les correspondía; me estoy refiriendo a las vacas, cerdos, conejos, etc. Es obvio que por entonces aquella hortaliza crucífera, por cierto bastante denostada en la cocina hoy en día, resultaba ser una especie de "panacea culinaria". En alguna que otra linar también se plantaban nabos, y de vez en cuando remolachas. Se cultivaban con el fin de que sirvieran también de alimento para el ganado; aunque bueno, el nabo por aquello de que no "nadaba en la abundancia la comida dentro del plato ", en ocasiones nos lo zampábamos gustosamente , a pesar de lo desagradable que resultaba al paladar por su fortísimo sabor. La verdad es que esas verduras tan selectivas que hoy día cultivan en Villeza la media docena de vecinos que aún utilizan sus aguas para el riego, como el pepino, pimiento, lechuga, tomate, etc., brillaban por su ausencia. Las necesidades básicas no permitían que se desperdiciara el agua de riego para este tipo de cultivo. Y hablando riego, por aquellos lejanos años este asunto era algo muy serio. Se solía respetar a rajatabla el turno de riego de cada vecino. ¡Y mira que por entonces había un número considerable de vecinos!. Más o menos cada uno de ellos sabía el día que le correspondía regar y estaba al tanto para que no hubiera el típico "jeta" que aprovechara la circunstancia de no encontrarse nadie regando y utilizara el agua fuera de su turno. Se solía introducir una azada dentro de la charca como señal de que se estaba regando, o esperando turno, para persuadir a los jetas. Más de un conflicto hubo a cuenta de saltarse el turno. Recuerdo una tarde de domingo cuando en la plaza del pueblo llegó a tal grado de acaloramiento la discusión entre dos vecinos por algún problema del riego, que de no mediar algunas de las personas presentes en aquel momento, acaban por llegar a las manos. Como ya he comentado, por las perentorias necesidades y estrecheces, el asunto del riego cobraba una transcendencia vital. Que diferente ahora, ¿verdad?: esa reducidísima cantidad de vecinos disponen de todo el agua que quieran y necesitan sin problemas de turno para el cultivo de sus verduras en plan selectivo. Y cuando no para regar alfalfa. Todo esto es una señal inequívoca de que el tiempo ha conseguido hacer que desaparecieran todas aquellas estrecheces y necesidades de antaño, sin duda.
Como ya indico arriba, el agua del manantial de Villeza también se utilizó en época bastante lejana para lavar la ropa. Esta práctica se llevó a cabo antes de que las lavadoras automáticas cumplieran con esta labor. Si fue a principios de la década de los ochenta cuando se metió el agua dentro de los hogares de Mozos de Cea, vosotros mismos os podéis hacer una idea cuando se dejó de lavar la ropa en Villeza; así como en las otras dos pozas que hay en el pueblo y que en su momento también fueron utilizadas para este fin. Esas dos pozas a las que me refiero son las que están situadas una dentro del parque La Barrera y la otra en el término "El Río". Ambas años atrás fueron reformadas, por consiguiente su estructura originaria ha desaparecido. Por cierto, ambas siempre estuvieron en peor condiciones para el lavado de ropa que la de Villeza. Supongo que se debió a que en esta última su manantial era más fluido, por tanto corría mejor el agua y de esta forma se mantenía más clara o limpia, motivo por el que la colada con mayor enjundia siempre la hacían allí; como por ejemplo el lavado de la ropa de cama. A diario acostumbraba a estar muy concurrida de mujeres aquella poza, siempre en animosa cháchara mientras lavaban arrodilladas delante de la "taja", (como popularmente se nombraba a la tabla de lavar) a la que habían introducido la parte de abajo dentro del agua. Sobre la misma colocaban la ropa que frotaban, enjabonaban, y aclaraban una y otra vez. También con frecuencia la golpeaban con utensilio de madera al que se conocía como maza. Así de este modo tan rudimentario, progresivamente la suciedad iba desapareciendo de aquella ropa. Por cierto, mucho del jabón que se utilizaba para este cometido, era de producción casera. Muchas mujeres en su propia casa fabricaban el jabón. Iban guardando el aceite que habían utilizado para freír los torreznos y todo tipo de grasas y sebo de origen animal. Cuando consideraban que tenían una cantidad suficiente, adquirían en el mercado, normalmente en un comercio de Sahagún, la sosa caustica que era necesaria. Lo envolvían junto a las grasas almacenadas dentro de un recipiente grande de cobre, o latón al que colocaban encima una "trébede" a la que habían puesto sobre el fuego . A base de vueltas y vueltas con aquel típico cucharón de madera que por entonces se utilizaba a menudo, y hora tras hora, acababa derritiéndose y a su vez cogiendo la solidez necesaria para ser vaciado dentro de un molde de madera de considerable largura y muy estrecho. Allí dentro se dejaba varios días hasta que endureciera lo suficiente con el fin de poder fraccionarlo en pequeños trozos con las medidas aparentemente de una pastilla de jabón de fabricación convencional. Y era con ese jabón con que hacían desaparecer la suciedad de aquella ropa, que una vez lavada y enjuagada, se ponía a secar extendida sobre el prado. Normalmente aquellas lavanderas pasaban casi todo el día en Villeza, por lo tanto necesariamente tenían que llevar sus viandas, si es que no querían pasarse todo el día sin comer. Luego al atardecer si la carga de ropa era mucha, normalmente lo era, nos acercábamos hasta ese lugar para ayudarlas a traerla a casa, junto a los bártulos de lavar y ya de paso, ayudarles también a doblar las sábanas . Ahora recuerdo que mientras ayudaba a mi madre a doblar las sábanas, me gustaba olerlas. Describir ahora la impresión que me producía al olfato aquel gratísimo olor me resulta indefinible. Lo único que se con seguridad es que se trata de esas fragancias que pertenecen a nuestra niñez y que a perpetuidad viven de forma intrínseca dentro de nosotros y que por razones obvias resulta ya casi imposible volver a percibirlas con las mismas sensaciones que entonces.
( En esta imagen se puede observar a una mujer lavando ropa sobre una "taja". Aunque obviamente no está sacada en Villeza la fotografía, perfectamente pudiera haber sido tomada allí. La forma de lavar y la posición en que está desarrollando esta labor es idéntica a la de aquellas lavanderas de Villeza. A primera vista se puede observar un balde de latón con ropa adentro de gran dimensión que es idéntico a los que utilizaban las mujeres de Mozos de Cea. Solían echar agua y azulete en ellos y metían toda la toda ropa que iban a lavar el día siguiente. La noche entera estaba allí dentro humedeciéndose mientras absorbía el azulete). Cierto que sus tajas eran un poco más grandes que la que utiliza esta mujer y la estructura también diferenciaba un poco, pero claramente con la misma finalidad)
Quiero dejar constancia de que la poza de Villeza, aparte de servir para el lavado de ropa, en alguna ocasión los niños, y niñas por supuesto, la utilizamos como improvisada piscinas durante la época veraniega porque no tiene mucha profundidad. Eso sí, nos bañábamos (nosotros en plan nudista; ellas no lo se) cuando no había ninguna lavandera en aquellos momentos, porque como es lógico, con su presencia, ni a nosotros se nos hubiera ocurrido entrar, ni ella nos hubiera permitido zambullirnos felizmente dentro del agua. Y esto es todo cuanto puedo y quiero contaros de Villeza, ese paraje tan representativo que siempre ha sido para el pueblo, y no dudo que aún lo seguirá siendo, a pesar de que la desidia y el abandono sean actualmente su triste realidad
Saludos a todas y a todos
Rafael.
( En esta fotografía sacada a mediados de la década de los ochenta se puede observar con toda nitidez el agua de la charca de Villeza, desprovista de toda esa maleza que en la actualidad parece haberse apoderado de ella. Su entorno natural, aunque seco por encontrarse en la temporada estival, se puede apreciar que está bastante presentable)
Supongo que la mayoría de vosotros conoceréis sobradamente, el que las pequeñas fincas que cada vecino del pueblo tiene en propiedad en este paraje se las nombra como linar. Desde que yo tengo uso de razón casi la totalidad de esas linares fueron destinadas al cultivo de hortalizas por estar situadas en una zona donde mana abundante agua. Recuerdo que por aquellos remotos años que corresponden a mi niñez, lo normal era que los vecinos plantaran en aquel terreno de regadío mayormente patatas, fréjoles y cebollas para poder abastecerse durante todo el año de estos productos. Otra hortaliza que nunca faltaba, por imperiosa necesidad, era la berza. Además de servir para acompañar al cocido de garbanzos que como ya he comentado en otras ocasiones, a diario se comía al mediodía en prácticamente todos los hogares, era también de grandísima utilidad para alimentar a la gran variedad de animales que en cada casa del pueblo había para cumplir con el cometido que les correspondía; me estoy refiriendo a las vacas, cerdos, conejos, etc. Es obvio que por entonces aquella hortaliza crucífera, por cierto bastante denostada en la cocina hoy en día, resultaba ser una especie de "panacea culinaria". En alguna que otra linar también se plantaban nabos, y de vez en cuando remolachas. Se cultivaban con el fin de que sirvieran también de alimento para el ganado; aunque bueno, el nabo por aquello de que no "nadaba en la abundancia la comida dentro del plato ", en ocasiones nos lo zampábamos gustosamente , a pesar de lo desagradable que resultaba al paladar por su fortísimo sabor. La verdad es que esas verduras tan selectivas que hoy día cultivan en Villeza la media docena de vecinos que aún utilizan sus aguas para el riego, como el pepino, pimiento, lechuga, tomate, etc., brillaban por su ausencia. Las necesidades básicas no permitían que se desperdiciara el agua de riego para este tipo de cultivo. Y hablando riego, por aquellos lejanos años este asunto era algo muy serio. Se solía respetar a rajatabla el turno de riego de cada vecino. ¡Y mira que por entonces había un número considerable de vecinos!. Más o menos cada uno de ellos sabía el día que le correspondía regar y estaba al tanto para que no hubiera el típico "jeta" que aprovechara la circunstancia de no encontrarse nadie regando y utilizara el agua fuera de su turno. Se solía introducir una azada dentro de la charca como señal de que se estaba regando, o esperando turno, para persuadir a los jetas. Más de un conflicto hubo a cuenta de saltarse el turno. Recuerdo una tarde de domingo cuando en la plaza del pueblo llegó a tal grado de acaloramiento la discusión entre dos vecinos por algún problema del riego, que de no mediar algunas de las personas presentes en aquel momento, acaban por llegar a las manos. Como ya he comentado, por las perentorias necesidades y estrecheces, el asunto del riego cobraba una transcendencia vital. Que diferente ahora, ¿verdad?: esa reducidísima cantidad de vecinos disponen de todo el agua que quieran y necesitan sin problemas de turno para el cultivo de sus verduras en plan selectivo. Y cuando no para regar alfalfa. Todo esto es una señal inequívoca de que el tiempo ha conseguido hacer que desaparecieran todas aquellas estrecheces y necesidades de antaño, sin duda.
Como ya indico arriba, el agua del manantial de Villeza también se utilizó en época bastante lejana para lavar la ropa. Esta práctica se llevó a cabo antes de que las lavadoras automáticas cumplieran con esta labor. Si fue a principios de la década de los ochenta cuando se metió el agua dentro de los hogares de Mozos de Cea, vosotros mismos os podéis hacer una idea cuando se dejó de lavar la ropa en Villeza; así como en las otras dos pozas que hay en el pueblo y que en su momento también fueron utilizadas para este fin. Esas dos pozas a las que me refiero son las que están situadas una dentro del parque La Barrera y la otra en el término "El Río". Ambas años atrás fueron reformadas, por consiguiente su estructura originaria ha desaparecido. Por cierto, ambas siempre estuvieron en peor condiciones para el lavado de ropa que la de Villeza. Supongo que se debió a que en esta última su manantial era más fluido, por tanto corría mejor el agua y de esta forma se mantenía más clara o limpia, motivo por el que la colada con mayor enjundia siempre la hacían allí; como por ejemplo el lavado de la ropa de cama. A diario acostumbraba a estar muy concurrida de mujeres aquella poza, siempre en animosa cháchara mientras lavaban arrodilladas delante de la "taja", (como popularmente se nombraba a la tabla de lavar) a la que habían introducido la parte de abajo dentro del agua. Sobre la misma colocaban la ropa que frotaban, enjabonaban, y aclaraban una y otra vez. También con frecuencia la golpeaban con utensilio de madera al que se conocía como maza. Así de este modo tan rudimentario, progresivamente la suciedad iba desapareciendo de aquella ropa. Por cierto, mucho del jabón que se utilizaba para este cometido, era de producción casera. Muchas mujeres en su propia casa fabricaban el jabón. Iban guardando el aceite que habían utilizado para freír los torreznos y todo tipo de grasas y sebo de origen animal. Cuando consideraban que tenían una cantidad suficiente, adquirían en el mercado, normalmente en un comercio de Sahagún, la sosa caustica que era necesaria. Lo envolvían junto a las grasas almacenadas dentro de un recipiente grande de cobre, o latón al que colocaban encima una "trébede" a la que habían puesto sobre el fuego . A base de vueltas y vueltas con aquel típico cucharón de madera que por entonces se utilizaba a menudo, y hora tras hora, acababa derritiéndose y a su vez cogiendo la solidez necesaria para ser vaciado dentro de un molde de madera de considerable largura y muy estrecho. Allí dentro se dejaba varios días hasta que endureciera lo suficiente con el fin de poder fraccionarlo en pequeños trozos con las medidas aparentemente de una pastilla de jabón de fabricación convencional. Y era con ese jabón con que hacían desaparecer la suciedad de aquella ropa, que una vez lavada y enjuagada, se ponía a secar extendida sobre el prado. Normalmente aquellas lavanderas pasaban casi todo el día en Villeza, por lo tanto necesariamente tenían que llevar sus viandas, si es que no querían pasarse todo el día sin comer. Luego al atardecer si la carga de ropa era mucha, normalmente lo era, nos acercábamos hasta ese lugar para ayudarlas a traerla a casa, junto a los bártulos de lavar y ya de paso, ayudarles también a doblar las sábanas . Ahora recuerdo que mientras ayudaba a mi madre a doblar las sábanas, me gustaba olerlas. Describir ahora la impresión que me producía al olfato aquel gratísimo olor me resulta indefinible. Lo único que se con seguridad es que se trata de esas fragancias que pertenecen a nuestra niñez y que a perpetuidad viven de forma intrínseca dentro de nosotros y que por razones obvias resulta ya casi imposible volver a percibirlas con las mismas sensaciones que entonces.
( En esta imagen se puede observar a una mujer lavando ropa sobre una "taja". Aunque obviamente no está sacada en Villeza la fotografía, perfectamente pudiera haber sido tomada allí. La forma de lavar y la posición en que está desarrollando esta labor es idéntica a la de aquellas lavanderas de Villeza. A primera vista se puede observar un balde de latón con ropa adentro de gran dimensión que es idéntico a los que utilizaban las mujeres de Mozos de Cea. Solían echar agua y azulete en ellos y metían toda la toda ropa que iban a lavar el día siguiente. La noche entera estaba allí dentro humedeciéndose mientras absorbía el azulete). Cierto que sus tajas eran un poco más grandes que la que utiliza esta mujer y la estructura también diferenciaba un poco, pero claramente con la misma finalidad)
Quiero dejar constancia de que la poza de Villeza, aparte de servir para el lavado de ropa, en alguna ocasión los niños, y niñas por supuesto, la utilizamos como improvisada piscinas durante la época veraniega porque no tiene mucha profundidad. Eso sí, nos bañábamos (nosotros en plan nudista; ellas no lo se) cuando no había ninguna lavandera en aquellos momentos, porque como es lógico, con su presencia, ni a nosotros se nos hubiera ocurrido entrar, ni ella nos hubiera permitido zambullirnos felizmente dentro del agua. Y esto es todo cuanto puedo y quiero contaros de Villeza, ese paraje tan representativo que siempre ha sido para el pueblo, y no dudo que aún lo seguirá siendo, a pesar de que la desidia y el abandono sean actualmente su triste realidad
Saludos a todas y a todos
Rafael.