La situación nuevamente se repite, por lo tanto otra vez estoy aquí con el propósito de costumbre. Un propósito al que ya sobradamente conocéis por lo tanto huelga cualquier comentario al respecto, por eso de no resultar cansino debido a la protocolaria presentación que hago cada vez que aparezco por este sitio reservado al recuerdo. Por cierto, hay quienes dicen que cualquier tiempo pasado fue peor; otros en cambio afirman que es peor. Supongo que cuanto puede haber de cierto en esta dicotomía dependerá principalmente de la valoración que cada persona quiera otorgarle. Por tanto, vosotros mismos juzguen si os resultó peor o mejor el pasado que habéis dejado atrás. Y una vez dicho esto, vayamos al reminiscente asunto. En Facebook del grupo público de Mozos de Cea la Asociación Cultural "Balle de Scapa" de Valdescapa subió a esta página hace un tiempo varias fotografías en blanco y negro como un emotivo homenaje a nuestros antepasados. En esas imágenes aparecen labradores de aquellos remotísimos años que están inmersos en sus labores agrícolas relacionadas con la cosecha durante el verano. A continuación os dejaré publicadas esas fotos y trataré de narraros de forma sintetizada lo que ellas nos muestran. En mi opinión, a pesar de que fueron subidas a Facebook por la citada Asociación Cultural de Valdescapa, no me parece que estás fotografías pertenezcan al pueblo nombrado. Creo conocer un poco el paisaje natural de este pueblo y para nada lo relaciono con Valdescapa. Lo que está claro es que los momentos que aparecen en estas imágenes perfectamente podían pertenecer a Mozos de Cea como a cualquiera de sus pueblos colindantes porque durante el verano la forma de recolectar los cereales era idéntica en todos los pueblos vecinos. Por lo tanto la fatiga como el esfuerzo se repartían equitativamente durante el verano entre todos aquellos labradores ubicados en la árida y un tanto marginada comarca de Tierra de Campos.
DESCARGANDO LA MIES
En esta primera fotografía se puede observar el momento en que se está descargando la mies del carro para hacer la trilla. Comentaros al respecto que en Mozos de Cea esta labor de descargar la mies de los carros, normalmente se hacia en horas distintas tres veces al día. La primera correspondía cuando ya había anochecido. Las dos siguientes a la mañana temprano. La actividad de ir a cargar la mies en los carros se conocía como " acarrear". Os cuento, que para hacer la segunda descarga como es lógico había que ir acarrear muy pronto a la mañana. Pero no piensen que se iba a una hora prudente, en absoluto. Había que madrugar de narices: a las cuatro o cinco de la madrugada debías ya de tener tu cuerpo serrano en pie si el trayecto a donde tenías que desplazarte se hallaba a una distancia considerable. Lo normal era que te encontraras aún adormilado, con bastante mal humor, y desde luego con ningunas ganas de escuchar al tocapelotas de turno que te decía con sorna: ¡despierta y espabila que ya llegará el invierno y tendrás tiempo para dormir!. En plena madrugada se uncían las vacas al carro, y con esa lentitud conque caminan estos animales tirando del carro, por aquellos intransitables caminos o cañadas nos dirigíamos al lugar del destino que no era otro que una de las pequeñas fincas que se encontraban dispersas por el pago de Mozos de Cea. Por entonces la capacidad agraria de aquellas fincas era muy reducida. Se median en celemines, arrobas, mediarrobas, cargas, áreas, etc. Estas faenas agrícolas de las que os hablo constan de antes de que se hiciera la concentración parcelaria en el pueblo en 1975. Normalmente en ese primer viaje matinal se iba a las pequeñas fincas que estaban situadas bien en la cota del monte, o en el término de algún pueblo colindante. Fijaros que en alguna ocasión cuando el sol comenzaba mostrar sus primeros destellos, el carro estaban casi ya cargado. Esta era la única manera de que se pudiera hacerse ese tercer viaje. Aproximadamente sobre las 9 de la mañana se llegaba a la era y de la misma se descargaba la mies del carro. Con cierta premura se desayunaba, normalmente las típicas sopas de ajo y un torrezno; bueno, también de vez en cuando alguno de esos trozos de chorizo que se encontraban metidos dentro de las populares ollas. El fin de conservar esos chorizos provenientes de la matanza del gorrino y que estaban envueltos entre ese pastoso y enrojecido aceite dentro de las ollas, se hacía con miras de consumirlos especialmente durante la agotadora campaña de verano. A las vacas que seguían ungidas al yugo, también se acostumbraba a darles su ración, bien de hierva seca o algún cereal envuelto con la paja. Una vez los estómagos medianamente saciados tanto del personal como el de las vacas, enseguida todos ya no encontrábamos prestos a funcionar. En esta ocasión se elegía un trayecto más corto con el fin de regresar lo antes posible con el carro cargado. Por lo cual, en esta ocasión a esas pequeñas fincas situadas más cerca de la era nos desplazábamos. Y bien, una vez hecha las tres descargas de la mies sobre el lugar correspondiente, llegaba el el momento de hacer la trilla. Por tanto toda esa mies que se hallaba en montoneras lo habitual era que con horcas de madera se la fuera extendiendo, aparentemente en forma de redondel, para que a continuación los trillos hicieran su cometido. Por cierto, los carros que se utilizaban por entonces para el acarreo, con el fin de poder meter la mayor cantidad de mies dentro de ellos, se les instalaban sendos armazones: a unos se le colocaba cuatro picos; en cambio a otros se les instaban dos mallas laterales. Estos últimos debido a la colocación de las mallas posibilitaban mayor capacidad y cantidad para la carga. Verdaderamene había que tener cierta pericia para poder meter la mayor cantidad de gavillas dentro de aquellos carros, sobre todo el de mallas. Era todo un arte esta actividad, sin duda.
TRILLANDO
En estas dos imágenes podéis observar perfectamente ese momento que cito arriba como es la misión que hacen los trillos, que no es otra que la de trillar. Que por cierto, esta tarea requería mucha paciencia, como también auténticos sofocos les causaba a quienes tenían que estar unas cuantas horas encima del trillo y guiando los animales de tracción de turno hasta que la mies estuviera molida cumplidamente. Horas y más horas había que estar dando vueltas en circulo encima de los trillos y cambiando con frecuencia la dirección de los mismos para que separara mejor el grano de la paja. Se tenía la convicción de que cuanto más apretará la sofocante canícula de los meses de julio y agosto, mejor molía la trilla, así que cuando esto sucedía, miel sobre hijuelas al respecto. En cambio para los que andaban inmersos en esta faena, no les quedaba más remedio que aguantar como mejor podían el tórrido castigo que les infrigía "Lorenzo", sobre todo al mediodía cuando estaba en su mayor esplendor. Pero ahí estábamos nosotros, soportando estoicamente toda aquella calor con el típico sombrero de paja protegiéndonos la sesera y echándole buenos tragos de agua al botijo. Este recipiente lo solíamos llenar en el manantial que hay justo de bajo del cementerio. ("El cepo de la era el alto" como se le conocía popularmente antes de reformarlo) La verdad que con la sed que teníamos en aquellos momentos no le hacíamos asco alguno a aquel agua, que según la rumorología popular tenia "sustancia de los muertos". Por este motivo había cierto remilgos a la hora de beber de él en circunstancias distintas. Habitualmente eran un par de mulos, o machos, quienes comenzaban la tarea de trillar. Pero la forma que por entonces en Mozos de Cea se enganchaba al trillo a estos animales, es muy diferente a la que aparece en la segunda fotografía. Ahí se muestra un tronco de madera que hace la función de tiro y también otros aparejos que nada tienen que ver con los utilizados en el pueblo. En Mozos de Cea acostumbraban a enganchar a cada mulo con un balancín de madera y dos cadenas que se amarraban al collarín que llevaba alrededor de sus cuello. Los collarines servían para que los animales pudieran hacer la fuerza necesaria que pudiera arrastrar al trillo. Recuerdo que las primeras vueltas que daban aquellos animales tirando del trillo habitualmente las hacían a una velocidad descomunal. El motivo de tanta rapidez se debía al impetuoso hostigamiento verbal al que se les sometía, acompañado de contundentes trallazos que se les propinaba en su cuerpo. Las siguientes vueltas como es lógico iban a su paso natural, pero desde luego que la tralla siempre estaba bien cerca para su empleo siempre que era necesario. A la pareja de vacas, a pesar de su agotadora y repetida actividad de tirar de los carros repletos de mies tras veces al día, cuando la necesidad requería de sus servicios en la trilla, de ipso facto se las ponía a faenar . ¡Cuánto abuso se hacía de ellas porque las considerábamos incombustibles: las pobres ni tiempo tenían par descansar! Por cierto, era habitual que se las pusiera un bozal sobre el hocico porque de lo contrario no levantaba la cabeza de la trilla al estar tragando de continuo. Una forma encubierta de tortura esto del bozal, ¿no os parece?. Decir también que la manera de espolear a las vacas para que anduvieran más rápidas resultaba ser un tanto cruel, cuando no pelín sádica. Os cuento, aparte de el correspondiente hostigamiento verbal, se utilizaba también un palo largo, o vara como popularmente se la nombraba, y en la punta de la misma se acoplaba un fino rejón que le hincaba en la parte trasera de la pobre vaca. Era obvio que al sentir el pinchazo apuraba el paso. Otro momento, este más bien escatológico, que formaba parte sustancial de la trilla era cuando los animales de repente se ponían a cagar. De la misma había que mandarles parar. A las vacas a la voz de ¡joooó..!; en cambio a los mulos la expresión era: ¡sooo´..! Y entonces lo más rápido posible tenías que acercar el cagadero (una la tata grande o caldero viejo) debajo su culo para que callera los excrementos dentro del recipiente. Como anduvieras lento de reflejos o de movimientos y alguno de aquellos excrementos caía sobre la trilla, no veas las montoneras de paja que se preparaban cuando el trillo pasaba por encima de ellos. También quiero comentar que si la urgencia o la necesidad requerían que moliera pronto la mies no se soltaban los animales del trillo para que éstos descansaran o fueran a comer. Por lo tanto el personal tenía que ir por relevos a saciarse el estómago con el cocido habitual de garbanzos y sus correspondientes "sacramentos" de cerdo. A los animales se les daba un poco "manga ancha" para que comieran de la trilla en aquellos momentos. También reseñar que sobre las tres de la tarde, cuando solía apretar la canícula de lo lindo y recién habías ingerido la comida del mediodía, te entraba tal modorra que literalmente te hacía caer de sueño. Algunos afortunados se pegaban un siestón de padre y muy señor mío a la sombra del carro para reponer sueño y fuerzas; otros en cabio les tocaba seguir pringando sobre el trillo en medio de aquel abrasador calor que no había ni dios que lo soportará. Y a su vez había que estar en "al quite" por si alguno de aquellos malditos tábanos que andaban dándose un festín culinario con la sangre de los pobres animales, tenían la malsana intención de dársele con la de los humanos. Bueno, pues una vez que la mies estaba convenientemente molida, se llevaba a cabo su aparvado. Para este fin se utilizaba un artilugio de madera adecuado para tal menester y que se conocía como aparvadero. Los correspondientes animales de tracción tiraban de él y de esta manera iban apilando la trilla molida hacia la base del montón de paja y grano, al que se conocía como parva. Sospecho que por entonces cuando se hacían comparaciones con referencia al grosor, la largura o altura de unas y otras parvas, no se porque me da a mí que en más de una ocasión éstas acababan levantando más de una envidia vecinal a cuenta de sus comparativas.
LIMPIANDO
Una vez que la mies molida formaba ya parte de la parva, tal como indico en el párrafo anterior, quedaba en espera de ser limpiada en su momento. Y esta faena de limpiar los cereales es lo que muestran las dos instantáneas de arriba. En la primera como se puede apreciar están limpiando el montón, que si no me equivoco puede ser de trigo. Lo están haciendo "a mano", ya que son sus propias manos quienes empuñan las horcas de madera y lanzan al aire grano y paja para que ésta última se la lleve el viento y así quedar el grano limpio. Mas habitual que la horca para esta faena, en el pueblo se utilizaba otra herramienta también de madera que se conocía como bieldo. Obviamente para limpiar era necesario que hiciera viento, o aíre como popularmente se decía. Cuando soplaba el "gallego", rápidamente se ponía en marcha el personal con las herramientas necesarias porque éste era el viento ideal para aventar. Si seguía soplando de noche, se continuaba faenando en plena oscuridad. Había que aprovechar "el gallego" al máximo por si tardaba en volver. Una vez que del montón correspondiente había sido separado el grano de la paja se pasaba al acribado para que quedara perfectamente limpio. Por tanto, criba en mano y a base de reiterativo y acompasado balanceo iba pasando el grano a través de sus agujeros hasta quedar en óptimas condiciones sobre el suelo. Todos aquellos añadidos indeseables al cereal que no pasaban por el tamiz y quedaban dentro, se conocían como "grancias", las cuales resultaban muy aprovechables porque servían de alimento para toda esa variedad de animales que en cada hogar se criaban para su consumo. Cuando todo el grano estaba razonablemente limpio, había que almacenarlo dentro de casa. Para este menester, primero se llenaban los costales con un artilugio de madera conocido como medida fanega y una vez llenos, las vacas y carros se encargaban de transportarlos hasta la panera o cualquier otro hueco destinado a este fin que se encontrara en el interior de cada casa. Por cierto, era normal que los vecinos se ayudasen entre ellos el día que había que "costalear", por que se precisaba ayuda por lo fatigoso que resultaba el cargar y descargar de los carros aquellos pesados costales repletos de grano. Y luego aparte también estaba la penosa tarea de tener que llevarlos sobre la espalda subiendo escalaras. Por desgracias era lo normal ya que el lugar donde se depositaba el cereal siempre acostumbraba a estar en la parte alta de la casa. Supongo que para que estubiera más protegido de la humedad.
Obviamente he hablado con mayor o menor acierto en el párrafo anterior de lo que nos muestra la primera fotografía, así que ahora intentaré hacer lo mismo acerca de lo que nos muestra la segunda imagen , que no es otra cosa que el momento de limpiar los cereales con una máquina limpiadora. Por simple evolución , comodidad y mayor capacidad para aventar, esta máquina acabó supliendo a la tarea de limpiar a mano los cereales. Prácticamente la totalidad de los labradores del pueblo por entonces disponían de uno de estos artilugios. En sus inicios el mecanismo de esta máquina se impulsaba manualmente por medio una manivela que la mano y el brazo de una persona se encargaba de mover de forma rotatoria con el fin de poner en funcionamiento aquel pesado mecanismo. Lo normal era que las personas que estaban constantemente dando a la manivela se fueran relevando para que no acabasen literalmente agotadas. Luego se fue modernizando y el movimiento rotatorio de la manivela lo hacia un motor, normalmente el que se utilizaba para el riego. Colocado tal como aparece en la fotografía y acondicionado de manera adecuada movía a gran velocidad las aspas en el interior de un bombo y esto hacía que generase una fuerte corriente de aire, tipo ventilador. Era aquella constante corriente de aire quien conseguía expulsar la paja hacia el exterior y de esta manera el grano que había pasando antes a través de dos cribas instaladas en el interior de la máquina, acababa saliendo al exterior por la parte que le correspondía. Era evidente que para que el grano y paja terminarán ambas depositadas en su lugar natural, antes había que introducirlas juntas dentro de la máquina. Para este fin se utilizaba una herramienta conocida como "gario". Y en la arqueta colocada en la parte superior de la limpiadora, se iba echando de forma continua las "gariadas" que se cargaban del montón, o la parva, donde estaban el grano y la paja envueltos. Por descontado que también durante la noche se seguía faenando; además no se precisaba para ello "el gallego". Ahora en la altura del tiempo, recuerdo con toda claridad el estruendoso sonido que producían los motores en plena función durante aquellas estrelladas y algo frías noches de finales de agosto y principios de septiembre. Para esta ocasión, eran los calderos o también medias fanegas los utensilios que se empleaban para echar el grano semilimpio del montón por la arqueta de la máquina. Como era lógico, las cribas que se ponían en este procedimiento eran de diferente nivel que las instaladas en el primer proceso de limpieza. Por cierto, la máquina tenía un compartimento donde a través de él salían al exterior la citadas grancias. Ya veis que tenía su particular "inteligencia mecánica". Pues bien, una vez que el trigo estaba razonablemente limpio, se pasaba a la actividad del costaleo tal como ya arriba expliqué.
Está claro que esa forma sintetizada con la que indiqué al principio iba a explicaros el contenido de la fotografías publicadas me temo que no ha resultado ser así por la extensión del texto. Siento que me haya alargado en demasía, y eso que tampoco he entrado en minuciosos detalles. No cabe duda de que si hubiera tratado de hacerlo más resumido su lectura hubiera resultado más amena. Puede, pero a mi juicio creo que de haber sido así, igual se me hubiera escapado algún detalle interesante. En fin; que tal como lo he escrito así queda. Quizá a alguien le sea útil; bien en plan nostálgico para reencontrarse con aquellos duros y agotadores recuerdos de antaño y a otros para conocer la forma en que los labradores, sus antepasados de Mozos de Cea ,-o los antepasados de cualquier otro pueblo colindante- faenaban en aquellos remotos años en el campo durante el verano, antes de que esas extenuantes y sacrificas labores agrícolas fueran suplidas por toda la amplia variedad de artilugios mecánicos y de palmaria sofisticación que hoy se encuentran disponibles para su venta dentro del mercado agrario. Y como colofón a este escrito, un consejo particular: tener siempre presentes las costumbres y las tradiciones de un pueblo porque son su identidad y también su futuro. Que no os quepa la menor duda de que los pueblos que olvidan su pasado están condenados a desaparecer.
Saludos a todas y a todos
Rafael