A raíz de las constantes nevadas que en estos días han caído sobre muchas partes del país, entre ellas Mozos de Cea claro está, he recordado aquellas copiosas nevadas que in situ presencié caer en el pueblo hace ya muchísimo tiempo. Y es que durante los 17 años que viví de continuo en el pueblo, fueron muchos los inviernos en que la nieve hizo su acto de presencia. No creo equivocarme si digo que por entonces nevaba con más asiduidad y más abundante que ahora. Tampoco conozco directamente los centímetros de espesor que puede llegar a tener esa capa de nieve que en la actualidad cubre el suelo para poder cuantificar la forma de nevar de ahora y la de aquellos lejanos años. Estoy hablando entre mediados de la década de los sesenta y la de los setenta, claro está del siglo XX. Pero por las imágenes o las fotografías que he visto y las cuales muestran las nevadas caídas en estos últimos años, pienso que no son en nada comparable en abundancia la de aquellos remotos años con la de la actualidad . Y es natural y lógico. El supuesto cambio climático y calentamiento de la atmosfera han sido factores determinantes para reducir su copiosidad. Pero bueno, es sumamente importante que siga la nieve haciendo su acto de presencia en el pueblo cada año, porque a parte de darle más autenticidad al invierno, resulta altamente beneficiosa para la futura cosecha por el simple hecho de que cuando se va derritiendo, lentamente ésta se va filtrando a través del suelo. Con este proceso se consigue el que se mantenga por más tiempo la humedad en el interior de la tierra. Además ya lo dice el refrán: "año de nieves, año de bienes".
Como os iba diciendo, en aquellos años nevaba con copiosidad, y además resultaba muy extraño el que algún invierno no lo hiciera. Recuerdo que en alguna ocasión subía a la torre y desde el campanario a través de toda la visión que podía abarcar mis ojos, observaba la extensión del paisaje de Mozos, y el de otros pueblos limítrofes, que estaba cubierto por una espesa capa de nieve. Aquella extensión tan blanca y tan simétrica parecía infinita. Los árboles apenas si se podían distinguir en la lejanía ya que sus desnudas ramas también estaban cubiertas por la nieve. También recuerdo que con este panorama tan nevado los coches ni podían entrar en el pueblo. ¿Cómo lo iban a poder hacer si el camino que llega desde la carretera hasta el pueblo aún no estaba asfaltado? (Aunque estuvo aprobado comenzar su obra de asfaltado a mediados de los setenta, se tuvo que posponer una y otra vez su inicio. El comienzo se fue demorando año tras año debido a la gran polémica que surgió entre los vecinos por desacuerdo en asfaltar uno de los dos caminos que llegan hasta la carretera "Las Arridondas" . Al final el llamado "Camino Villacerán" se asfaltó a principios de los ochenta) pues eso, que al no estar asfaltado, se hacía logicamente intransitable. Y por entonces ni había máquina quitanieves ni nada parecido. Las únicas maquinas para quitar la nieve eran los vecinos del pueblo que con pala en mano, abrían pasillos entre esa nieve caída para poder caminar por las calles. Por entonces daba la impresión de que se trataba de un pueblo situado en la alta montaña, el que aparentemente quedaba incomunicado. Los dos arrieros que ya os nombré, Revilla y Narciso, como era lógico les resultaba imposible transitar con sus carros y mulos por aquellos caminos cubiertos de nieve y barro. De intentarlo, seguro que acabarían "atollándose" las ruedas de sus carros en algún lugar del camino. Por tanto cada hogar tenía que echar mano de las viandas que guardaban en sus arcones y otros lugares para este mismo uso. Nada de conservarlas en frigoríficos, por entonces era un electrodoméstico desconocido en los hogares
(Panorámica del parque "La Barrera" nevado. Fotografía sacada en 2012)
Cierto que la nieve a veces resulta una incómoda molestia. Sobre todo si le da por caer como lo hizo uno de aquellos años, de noche por cierto, con un furiosa ventisca que cuando amanecimos, había auténticas "parvas" de nieve apiladas sobre paredes o puertas. Cuando se abrían las puertas, toda la nieve o bien te venía encima, o se vertía dentro de portal. Pero no me dirán ustedes que al margen de esas molestias, a veces la nieve resulta la mar de divertida. También una espectacular y decorativa panorámica en cuanto al paisaje para ser fotografiado. Los momentos divertidos que tengo con la nieve claramente están relacionados con los años que viví de seguido en el pueblo. Recuerdo que acostumbraba a hacer el típico muñeco de nieve. Solía hacerlo donde está la plaza San Pelayo, al lado justo de donde encienden la hoguera la víspera del patrón. Ahí estaba siempre el muñeco. Le colocaba sombrero y manos con unos guantes de goma. Y hasta escoba. Y ahí permanecía, hasta que progresivamente se iba derritiendo y acababa desapareciendo. Otra experiencia divertida con la nieve que tuve fue cuando en cierta ocasión, por el deseo que tenía de sentir directamente en mi propia carne la sensación de lo que se siente al esquiar, no tuve otra ocurrencia que la disparatada idea de prepararme unos esquís. Como comprobé que la tablas con estaban fabricadas las vasijas, o pipas, como popularmente se conoce a los recipientes de madera para guardar el vino, eran encorvadas, aparentemente como la punta de los esquís, supuse que harían la misma función que estos utensilios. Así que sin dudarlo un momento, puse manos a la obra. Acondicioné un poco las tablas y en las mismas clavé unas zapatillas viejas, de las que se conoce por allí como de "zapatillas de invierno" para poder meter los pies en ellas. La mar de feliz y contento me sentí cuando pensé que ya me había auto proporcionado los ansiados esquís. Todo ilusionado me lancé a la aventura de esquiar. Traté de hacerlo bajando por la ladera de la Era el Alto, ya saben, donde está situado el cementerio. Si que en principio me deslizaba lentamente, pero la nieve siempre acababa pegándose a la base de las tablas, y en vez de deslizarse, lo que iba era adhiriéndose cada vez mas nieve en la base de las tablas que al final me quedaba inmovilizado. Pero no desistía. Quitaba la nieve pegada y vuelta a empezar. Aún con este problema, la intención de esquiar con más enjundia no se me quitó. En mi mente estaba la idea de que cuando nevará un poco más, acercarme hasta la ladera de Tomorisco y deslizarme por allí cuesta abajo. Creo que para salvar mi integridad física, tuve la suerte de que no nevó más y así no pude de llevar a cabo tal arriesgada e insensata osadía. De haberlo hecho igual me hubiera estrellado contra alguno de los robles que hay al final de esa ladera. Y seguro que la avería física hubiera sido de órdago a la grande. Estaba seguro que en esta ocasión las tablas se iban a deslizar con menos problemas, ya que tenía la intención de untar su base con grasa. Por cierto, se ve que la idea de prefabricar los esquís con ese par de tablas, le sedujo a otra persona. Javier Morán, cuando se lo conté, de ipso facto él también se preparó con idénticas tablas unos esquís. Creo que se deslizaban algo mejor que los míos, por el mismo lugar que yo lo había intentado hacer, pero al final sufría el mismo problema.
Otro recuerdo que ahora me viene a la memoria en relación con la nieve, son aquellas gigantescas bolas de nieve que los mozos hacían siempre que nevaba. Nunca faltaron. Las solían hacer en las Eras de Abajo, y también en los Prados de la Herencia. Ya sabéis, los que están frente al bar y aula de cultura. Como esos dos lugares tienen pronunciada pendiente hacia abajo, es lugar idóneo para hacer rodar las bolas con menos dificultad. Recuerdo que ponían un palo en el suelo de considerable largura y grosor. Lentamente lo iban rodando para que se fuera adhiriéndose la nieve a él. A base de vuelta y vuelta iba cogiendo grosor y consistencia. A la vez que iba acrecentándose su grosor, también lo hacía la dificultad de hacerla rodar obviamente. Cada vez más mozos se apuntaban a la fatigosa faena de hacerla rodar. Hasta que llegaba a un punto que se hacia imposible moverla por su gigantesco grosor. Y ahí quedaba inmovilizada para regocijo de quien quisiera mirarla y también para que formara parte de la diversión de los niños que tratábamos de subirnos a ella, y cuando lo conseguíamos con la dificultad añadida, nos deslizábamos con gran jolgorio a través de ella. Lo normal era que hicieran dos o tres bolas de mismo tamaño. Una vez que los días transcurrían y prácticamente el paisaje nevado con ese transcurrir iba desapareciendo siempre quedaban unos cuantos días más visibles las "ruinas" de esas bolas de nieve, de las que nos servíamos para organizar las últimas batallas a bolazos de nieve. (Mira si éramos un pelín perversos por entonces los niños, ya que en cuando estábamos enfrascados en esas batallas para hacer más daño al contrario envolvíamos con la nieve un trozo de "adobe", y se terciaba piedra, y con esa "agresividad" que concierne en estos casos se la lanzábamos al contrario con el ansiado objetivo de dar en el blanco. Si no nos hicimos alguna avería física grave por entonces, fue seguro porque no estaba escrito dentro del guión del destino) Por cierto, al estar todo el suelo nevado, los gorriones no tenían ni donde ir a buscar comida. Era entonces momento idóneo para atraparlos. En los estercoleros, o molederos como se nombraba popularmente, a los montones de estiércol apilados tanto en el corral de casa o los exteriores del pueblo y que procedía de la limpieza de las cuadras donde estaba recogido el ganado vacuno o mular, allí sobre el montón de estiércol cubierto de nieve se colocaban las típicas pajareras, bien con un trozo de pan o con un grano de cebada cocida como cebo-trampa. Se la tapaba con el estiércol dejando sólo al descubierto el cebo. Nos escondíamos y con toda la paciencia del mundo esperábamos que hambrientos los gorriones se acercaran a picar el cebo y esa fuerza por arrancarlo hacía que el mecanismo de cierre de la pajarera saltara y quedar atrapado entre las alambres el cuello del pobre gorrión. La verdad es que resultaba divertido ver todo ese proceso que comenzaba con la llegada del gorrión, los amagos de picar, su forma de esquivar por desconfianza....Algún incauto y hambriento siempre acababa picando. Entonces salíamos a toda prisa del escondite gritando de alegría a por el gorrión atrapado. Y a seguir escondidos y con paciencia esperando la próxima "pieza". ¡Que tiempos aquellos, la verdad! (Ahora que lo pienso, una imborrable "mancha" va a resultar ser esto en mi recalcitrante actitud anti cazadores)
Supongo que habrá quedado guardada en el cajón de la memoria alguna que otra anécdota referente a aquel tiempo de esa copiosa nieve que cubrió calles y parajes de nuestro pueblo por aquel tiempo un tanto remoto. Sólo es cuestión de forzarse un poco y abrir el cajón y dejar que fluyan por este espacio. Pero no va a ser así. Se quedarán ahí dentro, reposando en silencio. Tampoco es cuestión de "empacharos con tanta nieve" por que seguro que a más de uno o una le agobia o le pone de mal humor ver cubierto el suelo de nieve, y no veas como puede acabar resultándole en empacho. Así que finiquito este tema. Espero que os haya resultado entretenida esta "nívea" lectura.
Saludos a toda y a todos.
Rafael.
Otro recuerdo que ahora me viene a la memoria en relación con la nieve, son aquellas gigantescas bolas de nieve que los mozos hacían siempre que nevaba. Nunca faltaron. Las solían hacer en las Eras de Abajo, y también en los Prados de la Herencia. Ya sabéis, los que están frente al bar y aula de cultura. Como esos dos lugares tienen pronunciada pendiente hacia abajo, es lugar idóneo para hacer rodar las bolas con menos dificultad. Recuerdo que ponían un palo en el suelo de considerable largura y grosor. Lentamente lo iban rodando para que se fuera adhiriéndose la nieve a él. A base de vuelta y vuelta iba cogiendo grosor y consistencia. A la vez que iba acrecentándose su grosor, también lo hacía la dificultad de hacerla rodar obviamente. Cada vez más mozos se apuntaban a la fatigosa faena de hacerla rodar. Hasta que llegaba a un punto que se hacia imposible moverla por su gigantesco grosor. Y ahí quedaba inmovilizada para regocijo de quien quisiera mirarla y también para que formara parte de la diversión de los niños que tratábamos de subirnos a ella, y cuando lo conseguíamos con la dificultad añadida, nos deslizábamos con gran jolgorio a través de ella. Lo normal era que hicieran dos o tres bolas de mismo tamaño. Una vez que los días transcurrían y prácticamente el paisaje nevado con ese transcurrir iba desapareciendo siempre quedaban unos cuantos días más visibles las "ruinas" de esas bolas de nieve, de las que nos servíamos para organizar las últimas batallas a bolazos de nieve. (Mira si éramos un pelín perversos por entonces los niños, ya que en cuando estábamos enfrascados en esas batallas para hacer más daño al contrario envolvíamos con la nieve un trozo de "adobe", y se terciaba piedra, y con esa "agresividad" que concierne en estos casos se la lanzábamos al contrario con el ansiado objetivo de dar en el blanco. Si no nos hicimos alguna avería física grave por entonces, fue seguro porque no estaba escrito dentro del guión del destino) Por cierto, al estar todo el suelo nevado, los gorriones no tenían ni donde ir a buscar comida. Era entonces momento idóneo para atraparlos. En los estercoleros, o molederos como se nombraba popularmente, a los montones de estiércol apilados tanto en el corral de casa o los exteriores del pueblo y que procedía de la limpieza de las cuadras donde estaba recogido el ganado vacuno o mular, allí sobre el montón de estiércol cubierto de nieve se colocaban las típicas pajareras, bien con un trozo de pan o con un grano de cebada cocida como cebo-trampa. Se la tapaba con el estiércol dejando sólo al descubierto el cebo. Nos escondíamos y con toda la paciencia del mundo esperábamos que hambrientos los gorriones se acercaran a picar el cebo y esa fuerza por arrancarlo hacía que el mecanismo de cierre de la pajarera saltara y quedar atrapado entre las alambres el cuello del pobre gorrión. La verdad es que resultaba divertido ver todo ese proceso que comenzaba con la llegada del gorrión, los amagos de picar, su forma de esquivar por desconfianza....Algún incauto y hambriento siempre acababa picando. Entonces salíamos a toda prisa del escondite gritando de alegría a por el gorrión atrapado. Y a seguir escondidos y con paciencia esperando la próxima "pieza". ¡Que tiempos aquellos, la verdad! (Ahora que lo pienso, una imborrable "mancha" va a resultar ser esto en mi recalcitrante actitud anti cazadores)
Supongo que habrá quedado guardada en el cajón de la memoria alguna que otra anécdota referente a aquel tiempo de esa copiosa nieve que cubrió calles y parajes de nuestro pueblo por aquel tiempo un tanto remoto. Sólo es cuestión de forzarse un poco y abrir el cajón y dejar que fluyan por este espacio. Pero no va a ser así. Se quedarán ahí dentro, reposando en silencio. Tampoco es cuestión de "empacharos con tanta nieve" por que seguro que a más de uno o una le agobia o le pone de mal humor ver cubierto el suelo de nieve, y no veas como puede acabar resultándole en empacho. Así que finiquito este tema. Espero que os haya resultado entretenida esta "nívea" lectura.
Saludos a toda y a todos.
Rafael.
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