viernes, 6 de febrero de 2015

HISTORIAS DE LA NIEVE EN MOZOS DE CEA

A raíz de las constantes nevadas que en estos días han caído sobre muchas partes del país, entre ellas  Mozos de Cea claro está, he recordado aquellas copiosas nevadas que in situ presencié caer en el pueblo hace ya muchísimo tiempo. Y es que durante  los 17 años  que viví de continuo en el pueblo, fueron muchos los inviernos en que  la nieve hizo su acto de presencia. No creo equivocarme si digo que por entonces nevaba con más asiduidad y más abundante  que ahora. Tampoco  conozco directamente los centímetros de espesor que puede llegar a tener esa capa de nieve que en la actualidad cubre   el suelo  para poder cuantificar la forma de nevar de  ahora y la de aquellos lejanos años. Estoy hablando entre mediados de la década de los sesenta y la de los setenta, claro está del siglo XX. Pero por las imágenes o las fotografías que he visto y las cuales  muestran  las nevadas caídas en   estos últimos años, pienso que no son  en nada  comparable en   abundancia   la de aquellos remotos años con la de la actualidad . Y es natural y lógico. El supuesto cambio climático y calentamiento de la atmosfera han sido factores determinantes para reducir su copiosidad. Pero bueno, es sumamente importante que siga la nieve haciendo su acto de presencia en el pueblo cada año, porque a parte de darle más autenticidad al invierno, resulta altamente beneficiosa para la futura cosecha por el simple hecho de  que cuando se va derritiendo, lentamente  ésta se va  filtrando a través del  suelo. Con este proceso se consigue el que se mantenga   por más tiempo la humedad en el interior de la tierra. Además ya lo dice el refrán: "año de nieves, año de bienes".
 
Como os iba diciendo, en aquellos años nevaba con copiosidad, y además   resultaba  muy extraño el que algún invierno no lo hiciera. Recuerdo que  en alguna ocasión subía a la torre y desde el campanario  a través de toda  la visión que podía abarcar mis ojos,  observaba  la extensión del paisaje de Mozos, y el de otros pueblos limítrofes, que estaba cubierto por una espesa capa de nieve. Aquella extensión tan blanca y tan simétrica parecía infinita. Los árboles apenas  si se  podían distinguir en la lejanía  ya que sus  desnudas ramas también estaban cubiertas por la nieve. También recuerdo que con este panorama tan nevado los coches ni podían entrar en el pueblo. ¿Cómo lo iban a poder hacer si el camino que llega desde la carretera hasta el pueblo aún no estaba asfaltado? (Aunque estuvo aprobado comenzar su obra de asfaltado a mediados de los setenta, se tuvo que posponer una y otra vez su inicio. El comienzo se fue demorando año tras año debido a la gran polémica  que surgió entre los  vecinos por desacuerdo en asfaltar uno de los dos caminos que llegan hasta la carretera "Las Arridondas" . Al final el llamado "Camino Villacerán" se asfaltó   a principios de los ochenta)  pues eso, que al no estar asfaltado, se hacía logicamente intransitable. Y por entonces ni había máquina quitanieves ni nada parecido. Las únicas maquinas para quitar la nieve eran los vecinos del pueblo que con pala en mano, abrían pasillos entre esa nieve caída  para poder caminar por las calles. Por entonces daba la impresión de que se trataba de un pueblo situado en la  alta montaña, el que  aparentemente quedaba incomunicado. Los dos arrieros que ya os nombré, Revilla y Narciso, como era lógico les resultaba imposible transitar con sus carros y mulos por aquellos caminos cubiertos de nieve y barro. De intentarlo,  seguro que acabarían "atollándose" las ruedas de sus carros  en algún lugar del camino. Por tanto cada hogar tenía que echar mano de las viandas que guardaban en sus arcones y otros lugares para este mismo uso. Nada de conservarlas en  frigoríficos, por entonces era un electrodoméstico desconocido en los hogares  
 
 
 
 
(Panorámica del parque "La Barrera"  nevado. Fotografía sacada en 2012)
 
 
Cierto que la nieve a veces resulta una incómoda molestia. Sobre todo si le da por caer como lo hizo uno de aquellos años, de noche por cierto,  con un furiosa ventisca que cuando amanecimos, había auténticas "parvas" de nieve apiladas sobre paredes o puertas.  Cuando se abrían las puertas, toda la nieve o bien  te venía encima, o se vertía dentro de portal.  Pero no me dirán ustedes que  al margen de esas molestias, a veces  la nieve resulta la  mar de divertida.  También   una espectacular y decorativa panorámica en cuanto al paisaje para ser fotografiado.  Los momentos divertidos   que tengo con la nieve  claramente están relacionados con los años que viví de seguido en el pueblo. Recuerdo que acostumbraba a hacer  el típico muñeco de nieve. Solía hacerlo donde está la plaza San Pelayo, al lado justo de donde encienden la hoguera la víspera del patrón. Ahí estaba siempre el muñeco. Le colocaba sombrero y manos con unos guantes de goma. Y hasta escoba. Y ahí permanecía, hasta que progresivamente se iba derritiendo y acababa  desapareciendo. Otra experiencia divertida con la nieve que tuve fue cuando  en cierta ocasión, por el deseo que tenía  de sentir  directamente en mi propia carne la sensación de lo que se siente al esquiar,  no tuve otra ocurrencia  que la disparatada idea de prepararme  unos esquís. Como comprobé que la tablas con estaban fabricadas las vasijas, o pipas, como popularmente se conoce a los recipientes de madera para guardar el vino, eran encorvadas,  aparentemente como la punta de los esquís, supuse que harían la misma función  que estos utensilios. Así que sin dudarlo un momento, puse manos a la obra. Acondicioné un poco las tablas y en las mismas   clavé   unas zapatillas viejas, de las que se conoce por allí como de "zapatillas de invierno" para poder meter los pies en ellas. La mar de feliz y contento me sentí cuando pensé que ya me había auto proporcionado los ansiados esquís. Todo ilusionado  me lancé a la aventura de esquiar. Traté de hacerlo bajando por la ladera de la Era el Alto, ya saben, donde está situado el cementerio. Si que en principio me  deslizaba lentamente, pero la nieve siempre acababa pegándose a la base de las tablas, y en vez de deslizarse, lo que iba era adhiriéndose  cada vez  mas nieve en la base de las tablas que al final   me quedaba inmovilizado. Pero no desistía. Quitaba la nieve pegada y vuelta a empezar.  Aún con este problema,  la intención  de esquiar con más enjundia no se me quitó. En mi mente estaba la idea de que cuando nevará un poco más, acercarme hasta la ladera de Tomorisco y deslizarme por allí cuesta abajo. Creo que para salvar mi integridad física, tuve la suerte de que no nevó más y así no pude  de llevar a cabo tal arriesgada e insensata osadía. De haberlo hecho igual me hubiera estrellado contra alguno de los robles que hay al final de esa ladera. Y seguro que la avería física hubiera sido de órdago a la grande. Estaba  seguro que en esta ocasión las tablas se iban a deslizar con menos problemas, ya que tenía la intención de untar su base con grasa. Por cierto, se ve que la idea de prefabricar los esquís con ese par de tablas, le sedujo a otra persona. Javier Morán, cuando se lo conté, de ipso facto él también se preparó con idénticas tablas unos esquís. Creo que se deslizaban algo mejor que los míos, por el mismo lugar que yo lo había intentado hacer, pero al final sufría el mismo problema.

Otro recuerdo que ahora me viene a la memoria en relación con  la nieve, son aquellas gigantescas bolas de nieve que los mozos hacían siempre que nevaba. Nunca faltaron. Las solían hacer en las Eras de Abajo, y también en los Prados de la Herencia. Ya sabéis, los que están frente al bar y aula de cultura. Como esos dos lugares tienen pronunciada pendiente hacia abajo, es  lugar idóneo para hacer rodar las bolas con menos dificultad. Recuerdo que ponían un palo en el suelo de considerable largura y grosor. Lentamente lo iban rodando para que se fuera adhiriéndose la nieve a él. A base de vuelta y vuelta iba cogiendo grosor y consistencia. A la vez que iba  acrecentándose su grosor, también lo hacía la dificultad de hacerla rodar obviamente. Cada vez más mozos se apuntaban a la fatigosa faena de hacerla rodar. Hasta que llegaba a  un punto que se hacia imposible moverla por su gigantesco grosor. Y ahí quedaba inmovilizada para regocijo de quien quisiera mirarla y también para que formara parte de la diversión de los niños que tratábamos de subirnos a ella, y cuando lo conseguíamos con la dificultad añadida, nos deslizábamos con gran jolgorio a través de  ella. Lo normal era que hicieran dos o tres bolas de mismo tamaño. Una vez que  los días transcurrían  y prácticamente el paisaje nevado  con ese transcurrir iba desapareciendo siempre quedaban unos cuantos días más visibles las "ruinas" de esas bolas de nieve, de las que nos servíamos para organizar las últimas batallas a bolazos de nieve. (Mira si éramos un pelín perversos  por entonces los niños, ya que en cuando estábamos enfrascados en esas batallas  para hacer más daño al contrario envolvíamos con la nieve un trozo de "adobe", y se terciaba piedra, y con esa "agresividad" que concierne en estos casos se la lanzábamos al contrario con el ansiado objetivo de dar en el blanco. Si no nos hicimos alguna avería física  grave por entonces, fue seguro porque no estaba escrito dentro del guión del destino) Por cierto, al estar todo el suelo nevado, los gorriones no tenían ni donde ir a buscar comida. Era entonces momento idóneo para atraparlos. En los estercoleros, o molederos como se nombraba popularmente, a los montones de estiércol apilados tanto en el corral de casa o los exteriores del pueblo y  que procedía de la limpieza de las cuadras donde estaba recogido el ganado vacuno o mular, allí sobre el montón de estiércol cubierto de nieve se colocaban las típicas pajareras, bien con un trozo de pan o con un grano de cebada cocida como cebo-trampa. Se la tapaba con el estiércol dejando sólo al descubierto el cebo. Nos escondíamos y con toda la paciencia del mundo esperábamos que hambrientos los gorriones se acercaran a picar el cebo y esa fuerza por arrancarlo hacía que el mecanismo de cierre de la pajarera saltara y quedar atrapado entre las alambres el cuello del pobre gorrión. La verdad es que resultaba divertido ver todo ese proceso que comenzaba con la llegada  del gorrión, los amagos de picar, su forma de esquivar por desconfianza....Algún incauto y hambriento siempre acababa picando. Entonces   salíamos a toda prisa del escondite  gritando de alegría a por el gorrión atrapado.  Y a seguir escondidos y con paciencia esperando la próxima "pieza".  ¡Que tiempos aquellos, la verdad! (Ahora que lo pienso, una imborrable "mancha" va a resultar ser esto  en mi recalcitrante actitud anti cazadores)

Supongo que habrá quedado guardada en el cajón de la memoria alguna que otra anécdota referente a aquel tiempo de esa copiosa nieve que cubrió calles y parajes de nuestro pueblo por aquel tiempo un tanto remoto. Sólo es cuestión de forzarse un poco y abrir el cajón y dejar que fluyan por este espacio.  Pero no va a ser así. Se quedarán ahí dentro, reposando en silencio. Tampoco es cuestión de "empacharos con tanta nieve" por que seguro que a más de uno o una   le agobia o le pone de mal humor ver cubierto el suelo de nieve, y no veas como puede acabar resultándole en empacho. Así que finiquito este tema. Espero que os haya resultado entretenida esta "nívea" lectura.

Saludos a toda y a todos.

Rafael.


 

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