miércoles, 5 de febrero de 2020

PAISAJE NATURAL

 
Volvemos  de nuevo. Proseguimos con el mismo cometido. Con lo cual, momento idóneo para comentaros que la tradición de distribuir equitativamente todos los  años   a cada vecino del pueblo  la leña de roble que le corresponde,  sigue vigente en la actualidad. Este acontecimiento  se conoce como "la repartición de las suertes de la leña". Cada año suele ser en un punto diferente de la amplia, y no menos frondosa cota del monte de Mozos de Cea, donde la junta vecinal   adjudica a cada vecino del pueblo la suerte de leña de roble.  En ocasiones estas suertes   han sido asignadas también en la cota del monte comunitario conocido como el "Monte la Teja" y  que como sabéis  pertenece a los pueblos de: Castrillo de Valderaduey, Velilla de Valderaduey y Mozos de Cea. Antaño,  una vez que cada vecino conocía donde estaba situada la suerte que se le había designado, hasta allí se encaminaba armado del popular oncejo o el hacha, según terciara, con el fin de ocuparse   en  la tarea del corte de la  leña.  Por entonces, llevaba sus días el talar  toda la leña que te había tocado en suerte.  Que diferencia a día hoy, porque    merced a la   motosierra en una mañana puedes cortar la misma, o más,  cantidad de  leña que antañamente te duraba días. En este caso,  se ha evolucionado al respecto para mejor. A lo que íbamos,      una vez cortados los "rebollos", allí quedaban  apilados hasta que llegara el momento de ser trasladados a la casa de cada vecino cargados en el tradicional carro tirado por una pareja de vacas. Dentro del patio, o corral, de cada casa volvían a apilarse  los rebollos en el lugar que se le  conocía popularmente como "el leñar".  Y allí permanecían hasta que se secaran y estuvieran    listos para su cometido. Estos rebollos secos, se cortaban con el oncejo normalmente, sobre un tronco grueso de madera al que  se conocía como "picadero". Porque nunca se decía cortar la leña,  sino  "picarla". Luego en las  tradicionales hornachas que había, y sigue habiendo,   en la mayoría de las cocinas de los hogares del pueblo, era donde se quemaba toda esa leña picada. Bien para calentando la casa en invierno, o para cocinar durante todo el año porque antiguamente no existía más que la lumbre de la hornacha para cocinar la viandas. La ceniza, o cernada en el argot popular, que se originaba con la quema de aquella leña,  principalmente se utilizaba  para   abonar los pequeños terrenos   sembrados de ajos. Recuerdo también que con aquellos rebollos  verdes recién traídos a casa, los niños nos fabricábamos con cierta destreza  los populares "picojos". Se trataba de unos rudimentarios artilugios que hacían la vez de zancos. Mucho disfrutábamos caminando erguidos y con cierta dificultad sobre ellos.  En ocasiones hasta competíamos a ver quien era más rápidos, o se mantenía en pie encima de ellos. Otra circunstancia que se daba por entonces era la de fabricar los "pinches". Para ello utilizábamos  un trozo del rebollo y  en uno de sus cortes se le hacia una afilada punta a fin de  practicar con este artilugio "el juego del pinche". Lo básico de este juego era la de hincar el pinche sobre un suelo de hierba; contra más húmedo estuviera el suelo mejor se practicaba este juego que tenía sus particulares reglas, pero que no da lugar comentar en este ocasión.


Con relación al reparto de las suertes de la leña, quiero contar una anécdota que a mí  la verdad que me resulta muy emotiva. Verán. En tiempos bastante remotos,  las faldas del monte Tomorisco estaban cubiertas casi todas ellas  de frondosos y recios robles y alguna que otra  encina. Pero debido a la evolución agrícola y su ampliación, al final progresivamente las parcelas para el cultivo de cereales acabaron por adueñarse de esa zona donde otrora bien podría considerarse robledal. Pues bien, parece ser que un año la distribución de las suertes de leña correspondió a la zona de Valdezalces donde por aquella época aún se existían en el susodicho  termino varios robles . Uno de los vecinos al que le correspondió la tala de uno de aquellos robles, fue  a Pedro Pacho Pacho, popularmente conocido como "El zapatero" ya que durante varios  años ejerció este oficio en el pueblo antes de que se trasladara a Río Camba para emplearse como  guarda forestal y allí se jubilara. Pues bien, parece ser que Pedro no quiso talar el roble que le había tocado en suerte porque dejó correr el tiempo y    ya no lo necesitaba, y lo más importante:   que  no quería contribuir a la destrucción de la cota del monte y su paisaje natural. Por suerte, su deseo de proteger la el entorno natural de Mozos de Cea, hizo que aquel roble hoy en día siga en pie con toda su robusta y frondosa presencia. Y también como emotivo recuerdo. Con lo cual,  "El roble de Pedro" (así es como se le conoce) seguirá siendo inamovible testigo del paso del tiempo. Y espero que así continúe sobreviviendo a generación tras generación de mocensas y mocenses, que es así el topónimo de los naturales de Mozos de Cea.





( En esta imagen podéis ver el roble del que arriba os hablo. Dos personas del pueblo están posando delante de él.  Situado en el término de Valdezalces su centenaria, frondosa  y recia presencia dan un genuino y especial colorido a este paraje natural y emblemático de Mozos de Cea) 

Ya que estoy hablando sobre un tema relacionado con el entorno natural, aprovecho para comentaros otro asunto que   también está vinculado al  paisaje natural  de Mozos de Cea. Os cuento. En el pueblo hay un termino próximo al casco urbano que se conoce con el nombre de "El Plantío". Para quien no conoce exactamente donde está su ubicación, les diré que se encuentra en el paraje donde más arboleda se concentra  y más zona verde hay en Mozos de Cea. Tomando como referencia el casco urbano, en frente de la casa de Virgilio Pérez.  Para llegar a este lugar desde el casco urbano,   es necesario   descender por una cuesta bastante pronunciada. Justo a la entrada del mismo se halla un manantial con agua sucia y verdosa al que se conoce popularmente como "trebanal". Según el saber popular, resulta  peligroso este manantial, o más bien  charco,  porque al parecer  su fondo es pantanoso.  La leyenda urbana dice que  como te caigas te vas hundiendo lentamente y no hay dios que te salve. Esto es lo que esta misma leyenda cuenta, o afirma,  en referencia a una vaca que se cayó cierto día  dentro de uno de estos lodazales y despareció dentro del mismo. El caso es que cuando éramos niños, por ese supuesto peligro,    nos entraba canguelo cuando estábamos en la orilla del   mencionado  trebanal.   Y bien, el plantío del que os hablo es un bien comunal de Mozos de Cea. Se trata de un pequeño terreno vecinal plantado de chopos. Según tengo entendido, allá por el año 1936, de tan infausto y trágico recuerdo, un grupo de niños y niñas en edad escolar y naturales del pueblo,  dirigidos por su maestro cuyo nombre creo que era Dionisio, plantaron cada uno de ellos  un diminuto chopo. Es de suponer que alguno de aquellos árboles  plantados se fueron quedando por el camino y no culminó su proceso de crecimiento,  pero en cambio otros hay siguen en pie:  honrando la memoria de aquellos niños que hace la friolera de 84 años con toda la ilusión del mundo los plantaron.  Desconozco si aún alguno de aquellos niños y niñas que llevaron a cabo este cometido vivirán. De vivir, superarán con creces los 90 años. Y hoy en día, con esta edad las personas naturales de Mozos de Cea que aún viven, creo no equivocarme al decir que se pueden contar con los dedos de una mano. Pero como digo, la presencia de estos chopos llevan implícita  su memoria.  Por cierto, mientras que animosos aquellos   niños plantaban  los pequeños chopos dirigidos por su maestro, entonaban alguna de las canciones que por entonces se escuchaban. Una de aquellas canciones guardaba relación con la actividad que estaban realizando  en ese momento y que decía lo siguiente: 
 
"Quien en campo o jardín planta un árbol,
y lo cuida después con afán,
da a los hombres salud y riqueza
y a Dios alza en su pecho un altar"...
 
A plantar a plantar arbolitos,
pronto el suyo tendrá cada cual,
¡ay! del niño que bien no le cuide
señalado entre todos será".

Como veis este par de coplillas están estrechamente vinculadas al momento de  plantar los chopos. No se si será una canción popular, o expresamente está compuesta para tal circunstancia. Sea como fuera, el caso que como testimonio ha quedado su letra y su mensaje. Supongo que por entonces  los niños seguirían a rajatabla los obligatorios  mandatos de la cancioncilla y  que cuidarían el chopo que le tocé  en surte plantar   por temor a ser señalados por su falta de compromiso. Aunque bueno, imagino que con el transcurrir del tiempo se irían olvidando, o pasando olímpicamente  de los cuidados correspondientes, porque le importaría un bledo el que fueran o no señalados. Con lo cual,   por sí  solos y con  ayuda de las inclemencias del tiempo,  a su libre albedrío fueron creciendo los  hoy ya añejos y retorcidos chopos.


 Os comento también que la  mayoría de estos chopos carecen de la estética natural que muestra  un árbol,  por lo  deformados en que han crecido. Supongo que por esta razón no han sido talados. No los veo útiles  para su cometido principal por tan retorcido aspecto. Pero bueno, como no hay mal que por bien no venga, es una suerte que siga en pie  con su recia y deformada presencia,   porque  así  continuarán   dándole un colorido verde y genuino al paisaje natural del entorno. También quiero comentaros que el  suelo de este plantío se encuentra prácticamente   invadido por toda esa variedad de maleza que crece por la zona: arbustos, zarzas, yerbajos... con lo cual se hace intransitable andar por él, a no ser que vayas un poco de masoquista y   quieras lastimarte las piernas y manos con un sin fin arañazos.  En  verdad que muestra un lamentable  abandono y olvido total el suelo. Una facendera popular para la limpieza de este bien comunal le vendría de perlas. Aunque ahora que recuerdo,  creo que hace unos cuantos años se llevó a cabo esta labor comunitaria un verano,  horas antes de la tradicional comida popular. Pero ha transcurrido tanto tiempo desde entonces, que la maleza a vuelto a tomar posesión del terreno de forma asilvestrada.


Creo que cuanto he escrito con referencia al asunto de lo que os he comentado, me perece suficiente. Con lo cual, ahora queda supeditado este escrito al juicio de valores  que  cada uno de vosotros quiera darle, con el fin de saber si os ha suscitado interés alguno o no todo cuanto he narrado a cerca de "El roble de Pedro", o "El plantío". De una cosa estoy bien segura y es quienes lean este escrito, esta noche se acostarán conociendo nueva información o anécdota, sobre  un hecho relacionado con Mozos de Cea. Y desde luego eso tiene una emotiva y especial relevancia para quienes consubstancialmente formamos parte de nuestro pueblo. Según mi opinión, claro está. Espero que no sea muy distante que la vuestra.

Sigan siendo rabiosamente felices. O al menos que las intenciones no desfallezcan.

Saludos para todas y todos.

Rafael.   



 
 
 
 

prueba