miércoles, 3 de febrero de 2016

VILLEZA

De nuevo volvemos a hacer acto de presencia en este espacio al que me tomo la licencia de nombrar como "Templo de la memoria", no porque sea un lugar de oración, más bien porque quienes frecuentamos este espacio somos un tanto devotos del recuerdo.  Y una vez que queda dicha esta protocolaria presentación, vayamos al quid de la cuestión,  que no es otro   que hablaros de uno de los  parajes de Mozos de Cea al que personalmente  considero como  de los más emblemáticos   que hay en el  pueblo. Me estoy refiriendo a Villeza.  Es obvio que este paraje en la actualidad a muchos lectores del foro no les sugiera  gran cosa. Quizá esto se deba a  que no conocieron lo transcendente que llegó a resultar  hace ya mucho tiempo, concretamente cuando  los vecinos del pueblo le dieron  gran utilidad  a toda esa abundante   agua que en este lugar mana. Pienso que es normal que hoy en día Villeza nada tenga   de emblemático  al    comprobar en que estado de dejadez y abandono se encuentran sus  espacios acuáticos:  charcas, poza y manantial.  La abundante maleza y los  juncos  que allí han crecido con tantísima fuerza  prácticamente se han apoderado de todos esos espacios que  apenas se puede observar el agua. Desde luego que en la poza y el manantial no.  Si a esto se añade que por causas naturales y también por la acción del hombre en otros casos, ha desaparecido casi  por completo toda la arboleda que allí se encontraba, (el popular sauco con que los niños construíamos  con alegría  nuestras divertidas  chagüazas  lamentablemente parece haberse extinguido).  También el que los juncos han cubierto  casi en su totalidad    el amplio  prado que alrededor de la charca se encuentra, eso hace   que su   entorno natural tenga una visión deprimente   si lo comparamos con el de aquellos lejanos años  donde  cada día a este lugar  acudían varias personas del pueblo a desempeñar sus tareas cotidianas relacionadas con las labores hortícolas y con el lavado de  la ropa.





 ( En esta fotografía sacada  a mediados de la década de los ochenta se puede observar con toda  nitidez el agua de la charca de Villeza, desprovista de toda  esa maleza que en la actualidad parece haberse apoderado de ella. Su entorno natural, aunque seco por encontrarse en la temporada estival, se puede apreciar que está bastante presentable)  


Supongo que la mayoría de vosotros conoceréis sobradamente, el que las pequeñas fincas que cada vecino del pueblo tiene en propiedad en este paraje se las nombra como linar.  Desde que yo tengo uso de razón casi la totalidad de esas linares fueron destinadas al cultivo de hortalizas por estar situadas en una zona donde  mana abundante agua. Recuerdo que por aquellos remotos años que corresponden a  mi niñez,   lo normal era   que los vecinos plantaran en aquel terreno de regadío mayormente patatas, fréjoles y cebollas  para poder abastecerse durante todo el año de estos productos. Otra hortaliza que nunca faltaba, por imperiosa necesidad, era la berza.  Además de servir para acompañar al cocido de garbanzos que como ya he comentado en otras ocasiones, a diario se comía al mediodía en prácticamente todos los hogares, era también de grandísima utilidad para alimentar a la gran variedad de animales que en cada casa del pueblo había para cumplir con el cometido que les correspondía; me estoy refiriendo a las  vacas, cerdos, conejos, etc. Es obvio que por entonces aquella hortaliza crucífera, por cierto  bastante denostada en la cocina  hoy en día, resultaba ser  una especie de "panacea culinaria". En alguna que otra linar también se plantaban nabos, y de vez en cuando  remolachas. Se  cultivaban con el fin de que sirvieran también de alimento para el ganado; aunque bueno,  el nabo por aquello de que no "nadaba en la abundancia la comida dentro del plato ", en ocasiones nos lo zampábamos gustosamente ,  a pesar de lo desagradable que resultaba al paladar por su  fortísimo sabor. La verdad es que esas verduras tan selectivas que hoy día cultivan en Villeza la media docena de vecinos que aún utilizan sus aguas para el riego, como el pepino,  pimiento, lechuga, tomate, etc., brillaban por su ausencia. Las necesidades básicas no permitían  que se desperdiciara el agua de riego  para este tipo de cultivo.  Y hablando riego, por aquellos lejanos años este asunto  era algo muy serio. Se solía respetar  a rajatabla el turno de riego de cada vecino. ¡Y mira que por entonces había un número considerable de vecinos!.  Más o menos cada uno de ellos sabía el día que le correspondía regar y estaba al tanto para que no hubiera el típico "jeta" que aprovechara la circunstancia de no encontrarse nadie regando y utilizara el agua fuera de su turno. Se solía introducir una azada dentro de la charca como señal de que se estaba  regando, o esperando turno,  para persuadir a los jetas. Más de un conflicto hubo a cuenta de saltarse el turno. Recuerdo una tarde de domingo cuando en la plaza del pueblo llegó a tal grado de acaloramiento la discusión  entre dos vecinos por algún problema del riego, que de no mediar algunas de las personas presentes en aquel momento, acaban por llegar a las manos. Como ya he comentado, por las perentorias necesidades y estrecheces, el asunto del riego cobraba una transcendencia vital. Que diferente ahora, ¿verdad?: esa reducidísima cantidad de vecinos disponen de todo el agua que quieran y necesitan sin problemas de turno para el cultivo de sus verduras en plan selectivo. Y cuando no  para regar  alfalfa. Todo esto es una señal inequívoca de que el tiempo ha conseguido hacer que desaparecieran todas aquellas   estrecheces y necesidades  de antaño, sin duda. 

Como ya indico arriba, el agua del manantial de Villeza  también se utilizó en época bastante lejana para lavar la ropa. Esta práctica se llevó a cabo antes de  que las lavadoras automáticas cumplieran con esta labor. Si fue a principios de la década de los ochenta    cuando se metió el agua dentro de los hogares de Mozos de Cea, vosotros mismos os podéis hacer una idea cuando se dejó de lavar la ropa en  Villeza; así como  en las otras dos pozas que hay en el pueblo y que en su momento también fueron utilizadas para este fin. Esas dos pozas a las que me refiero son las que están situadas una  dentro del parque La Barrera y la otra en el término "El Río". Ambas años atrás fueron reformadas, por consiguiente su estructura originaria ha desaparecido.  Por cierto, ambas  siempre estuvieron  en peor condiciones para el lavado de ropa  que la de Villeza.  Supongo que se debió a que  en esta última   su manantial era más fluido,  por tanto corría  mejor el agua  y de esta forma se mantenía más clara o limpia, motivo por el que la  colada con mayor enjundia   siempre la hacían  allí;  como por ejemplo  el lavado de la ropa de cama.  A diario  acostumbraba a estar muy concurrida de mujeres  aquella poza, siempre en animosa cháchara mientras lavaban arrodilladas delante de  la "taja", (como popularmente se nombraba a la tabla de lavar)  a la que habían introducido  la parte de abajo dentro del agua. Sobre  la misma  colocaban  la ropa que frotaban, enjabonaban, y aclaraban   una y otra vez. También   con frecuencia   la golpeaban  con utensilio de madera al que se conocía  como maza.  Así de  este modo tan rudimentario, progresivamente    la suciedad iba desapareciendo de aquella ropa. Por cierto, mucho del jabón que se utilizaba para este cometido, era de producción casera.  Muchas mujeres en su propia casa fabricaban el jabón. Iban guardando  el aceite que habían utilizado para freír los torreznos  y  todo tipo de grasas y sebo de origen  animal. Cuando consideraban que tenían una cantidad suficiente, adquirían en el mercado, normalmente en un comercio de Sahagún,   la sosa caustica que era  necesaria. Lo envolvían junto a las grasas almacenadas dentro de un recipiente grande de cobre, o latón al que  colocaban  encima   una "trébede"  a la que habían puesto  sobre el fuego . A base de vueltas y vueltas con  aquel típico cucharón  de madera que por entonces se utilizaba a menudo, y hora tras hora, acababa derritiéndose y a su vez cogiendo  la solidez  necesaria para  ser vaciado dentro de un molde de  madera de considerable largura y muy estrecho. Allí dentro se dejaba varios días hasta que  endureciera lo suficiente con el fin de poder fraccionarlo  en pequeños trozos con las medidas aparentemente de una  pastilla de jabón de fabricación convencional.  Y era con ese jabón con que hacían desaparecer la suciedad de aquella ropa, que una vez lavada y enjuagada, se ponía a secar extendida sobre el prado. Normalmente aquellas  lavanderas pasaban casi todo el día en Villeza, por lo tanto necesariamente tenían que  llevar sus viandas, si es que no querían  pasarse todo el día sin comer. Luego al atardecer si la carga de ropa era mucha, normalmente lo era,  nos acercábamos hasta ese lugar para ayudarlas a traerla a casa, junto a los bártulos de lavar y ya  de paso, ayudarles también  a doblar las sábanas . Ahora recuerdo que  mientras ayudaba a mi madre a doblar las sábanas, me gustaba olerlas. Describir ahora la impresión que me producía al olfato aquel gratísimo olor  me resulta indefinible.   Lo único que se con seguridad es que se trata de esas fragancias   que pertenecen a   nuestra niñez y que a perpetuidad viven de forma intrínseca dentro de nosotros y que por razones obvias  resulta ya casi imposible volver a percibirlas con las mismas sensaciones  que entonces.




( En esta imagen  se puede observar a una mujer lavando  ropa sobre una "taja".  Aunque obviamente no está sacada en Villeza la fotografía,  perfectamente  pudiera haber sido tomada allí. La forma de lavar y la posición en que está desarrollando esta labor es idéntica a la de aquellas lavanderas de Villeza. A primera vista se puede observar un balde de latón con ropa adentro de gran dimensión que es idéntico a los que utilizaban las mujeres de Mozos de Cea. Solían echar agua y azulete  en ellos y metían toda la toda ropa que iban a lavar el día siguiente. La noche entera estaba allí dentro humedeciéndose mientras absorbía  el azulete).  Cierto que sus tajas eran un poco más grandes que la que utiliza esta mujer y la estructura también diferenciaba un poco, pero claramente con la misma finalidad)


Quiero dejar constancia de que la poza de Villeza, aparte de servir para el  lavado de ropa, en alguna ocasión  los niños, y niñas por supuesto, la utilizamos como improvisada piscinas durante la época veraniega porque no tiene mucha profundidad. Eso sí, nos bañábamos (nosotros en plan nudista; ellas no lo  se) cuando no había ninguna lavandera en aquellos momentos, porque  como es lógico,  con su presencia, ni a nosotros se nos hubiera ocurrido entrar, ni ella nos hubiera permitido zambullirnos felizmente dentro del  agua. Y esto es todo cuanto puedo y quiero contaros de Villeza, ese paraje tan representativo  que siempre ha sido  para el pueblo, y no dudo que aún lo seguirá siendo,  a pesar de  que la desidia y el abandono sean actualmente su triste realidad

Saludos a todas y a todos

Rafael.


 

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